Pastor Batista Valdés
THERE are chapters that stand the test of time for centuries in the memories of peoples. Among these are those written by the more than 370,000 Cubans in Angola, 14,000 kilometers away from home, from the latter part of 1975 until May of 1991, shoulder to shoulder with Angolans, with whom they shared a deeply felt, common ancestry. There are thousands of names and faces of men and women in all of Cuba, anonymous contributors to the victory which preserved Angola’s sovereignty with the definitive expulsion of those who presumed to appropriate the country and which led to the application of United Nations Resolution 435/78 (recognizing the independence of Namibia) and contributing to the end of the racist, segregationist regime in South Africa. It was no accident that, while visiting Cuba in the summer of 1991, the South African leader Nelson Mandela asserted, "Cuito Cuanavale marked the turning point in the struggle to liberate the continent and our country from the scourge of apartheid." More than 35 years have passed since, at the request of the Angolan people and their leader Dr. Agostinho Neto, the first Cuban internationalists arrived. And two decades since the victorious return of the last combatants in a battle which proved to be decisive in the future of the African continent. With the return of this last group of internationalists, Operation Carlota came to an end. Sometimes I have the feeling that, within families and social circles, not much is said about this gesture of solidarity, the human importance of which reached unprecedented heights, well beyond the military terrain. Perhaps this is due to the natural deep-seated modesty of the thousands of fathers and grandfathers, uncles and neighbors of today’s young people who would likewise extend their hands. Nevertheless, along with the medal, the photo and perhaps even the camouflage uniform carefully stored with justifiable pride, memories of those days reappear: those of the Cuban doctor urgently treating a child with malaria or a sick old man; our soldiers constructing a playground or a small school, a monument erected on the mountainside commemorating an everyday victory, the power of a letter from the family, the lessons of Cuito Carnavale, the unstoppable advance, the final blow at Calueque, the peace accords, the first triumphant return, the tear-stained faces of many Angolans during the farewells… Amidst the great popular joy of the successful return and the pain felt missing those who shed their blood there, Army General Raúl Castro Ruz spoke for all of Cuba when on May 27, 1991 he said that history would vindicate the transcendental importance of the gesture undertaken by Cuba’s people. GRANMA ************************************* Angola, la epopeya sigue en casa PASTOR BATISTA VALDÉS Hay páginas a prueba de siglos en la memoria de los pueblos. Entre ellas están las escritas por más de 370 000 cubanos en Angola, a 14 000 kilómetros de casa, desde la segunda mitad de 1975 hasta mayo de 1991, codo a codo y latido a latido con los descendientes de una sangre entrañablemente común. Y es que existen miles de nombres, rostros concretos de hombres y mujeres en toda Cuba, autores anónimos de una victoria que permitió preservar la soberanía de Angola tras la expulsión definitiva de quienes pretendieron apoderarse de ella, y que condujo a la aplicación de la resolución 435/78 de la ONU (para la independencia de Namibia) y contribuyó al fin del régimen de segregración racial imperante en Sudáfrica. No por casualidad, al visitar Cuba en el verano de 1991, el líder sudafricano Nelson Mandela afirmó: "Cuito Cuanavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid". Más de 35 años han transcurrido desde que, por solicitud de aquel pueblo y de su presidente el doctor Agostinho Neto, llegaron a Angola los primeros internacionalistas cubanos. Y dos décadas hace ya que fueron recibidos, en victorioso retorno, los últimos protagonistas de la epopeya, humildemente decisiva para todo tiempo futuro del continente africano. Con el arribo del último grupo de internacionalistas concluyó la Operación Carlota. A veces tengo la sensación de que en el ámbito familiar y social se habla poco de aquel gesto de solidaridad, cuya trascendencia humana delineó cotas sin precedente por encima del terreno propiamente militar. Tal vez ello se deba a esa modestia natural ceñida a miles de padres, abuelos, tíos y vecinos de los jóvenes que hoy tenderían igual su mano. Sin embargo, junto a la medalla, a la foto e incluso al uniforme de camuflaje guardado también con sano orgullo, vienen a la superficie de estos días las remembranzas del médico cubano atendiendo con pasión al niño palúdico, al anciano enfermo; nuestros combatientes levantando un parque infantil o una pequeña escuela, el monumento erigido en pleno monte a la victoria común, el poder insuperable de una carta familiar, la lección de Cuito Cuanavale, el avance indetenible, el golpe demoledor en Calueque, los acuerdos de paz, el inicio del retorno triunfal, la húmeda tristeza de muchos angolanos durante la despedida... En medio de la justa satisfacción popular que trajo el retorno exitoso y del dolor por la ausencia insustituible de quienes vertieron allá su sangre, la voz del General de Ejército Raúl Castro Ruz fue la voz de Cuba entera el 27 de mayo de 1991, cuando sentenció que la historia se encargaría de aquilatar la trascendencia de aquella gesta protagonizada por el pueblo. GRANMA
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