Felix Varela, Padre de nuestros Padres Libertadores dejó a la posteridad las Cartas a Elpidio, texto que plasma aquellas ideas que forjaron el alma de Cuba y la utopía que significaba la esperanza A LOS 227 AÑOS DEL NATALICIO DEL QUE NOS ENSEÑÓ PRIMERO EN PENSAR, FÉLIX VARELA Y MORALES Autor: Eduardo Torres-Cuevas* | [email protected] El 20 de noviembre de 1788 nace, en la calle Obispo no. 91, entre Villegas y Aguacate, La Habana, Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales. En su persona y en su obra encuentra Cuba al filósofo y al científico moderno que inicia la liberación del pensamiento de las cárceles de la escolástica tardía dieciochesca y, a la vez, al creador del pensamiento de la liberación cubana. José de la Luz y Caballero, al asumir la Cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos, declaró a Varela director perpetuo de la misma, se presentó hasta los últimos días de su vida como su discípulo y lo definió como “el que nos enseñó primero en pensar”. José Martí, que lo llamó Patriota Entero, cuando expresa que ese siglo diecinueve era un siglo de labor patriótica, donde nació “la idea cubana”, donde se esculpió con letras afiladas “el alma cubana”, colocaba en la obra liminar de Félix Varela el origen del pensamiento de la emancipación cubana. La formación de Varela puede considerarse atípica en el conjunto del sacerdocio de la Isla en su época. Formado con el sacerdote irlandés Miguel O´Reilly, quien unía al profundo sentimiento patriótico por su tierra ocupada por los británicos, una exquisita sensibilidad musical y un dominio de las humanidades y de latinidad, fomentó, en San Agustín de la Florida, donde se encontraba Varela junto con su abuelo el Coronel Bartolomé Morales, esa poco común síntesis de sentido patriótico, inquietud científica, exquisita sensibilidad espiritual y sacerdocio comprometido con la pureza de su religión. A lo que significaron las enseñanzas de O´Reilly para el joven Varela, se unió la influencia del más ilustrado de los obispos que España envió a Cuba, Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa. A los 17 años, recibe la primera tonsura de la Iglesia Católica, de manos del Obispo Espada, bajo dispensa de edad y es nombrado preceptor de Latinidad del Seminario de San Carlos. En 1811 asume la Cátedra de Filosofía de dicho seminario. En su primera obra, Institutiones philosophiae eclecticae ad usum studiosae iuventutis editae, afirma: “los filósofos han dicho que hay un sujeto que sustenta o sostiene las propiedades y por tanto lo llaman sustancia. Ellos dicen lo que piensan, y no lo que han observado” (Miscelánea filosófica, p.152). Por lo que en las proposiciones afirma: “lo que la Filosofía ecléctica pretende es tomar de todas cuanto la razón y la experiencia aconsejan como norma, sin adscribirse pertinazmente a ninguna”. José de la Luz y Caballero lo dijo con otras palabras: “todas las escuelas y ninguna escuela, eh ahí la escuela” y Varela reafirma: “la filosofía ecléctica elimina todo afecto, todo odio y toda inclinación partidaria; esta es la causa principalísima de los errores (…) La filosofía ecléctica no sigue a ningún maestro…” Este aspecto resultó fundamental en la época, 1812, en que iniciaba Varela su llamada, por unos, reforma filosófica, y por José Antonio Saco “revolución filosófica”. Se hace necesario precisar qué se entendía por Filosofía en la época. Esta materia estaba compuesta de tres partes: Lógica, Metafísica y Física. En lo referente a la Lógica, Varela la convierte en toda una teoría del conocimiento donde sustituye el “pienso, luego existo” de Descartes, por “siento, luego existo”, por lo que coloca la primacía del conocimiento en lo material. Abierto a todas las escuelas y maestros, el Padre Fundador sienta como principios fundamentales la razón y la experiencia. Como objetivo último de la Filosofía, las bases para el conocimiento de la realidad inmediata. Su método es aprender de todos para poder estudiar la realidad inmediata, la cubana y la universal de su tiempo: “la naturaleza es nuestro primer maestro en el arte de analizar, y ella es la única que nos dirige”. Abría así, en Cuba, un amplio espectro que rompía los cerrados moldes de la Iglesia y las enseñanzas hasta entonces predominantes, de modo que entrara el siglo XIX con una libertad en el pensar, atada a la razón, a la lógica, a la verdad, a la virtud, al patriotismo y a la naturaleza. Las Lecciones de Filosofía del Padre de nuestros padres libertadores dedican tres tomos a la Física, aventurando el pensamiento por los caminos de la ciencia. Hace indisoluble la relación ciencia–conciencia. Hacer ciencia para crear conciencia; tener conciencia para hacer ciencia. Lo interesante de estas lecciones es que la parte dedicada a la Metafísica termina con una lección única de patriotismo. Con ello fue consecuente el Padre fundador. En su periódico El Habanero, ya exiliado en una tierra extraña, expresa sus ideas de independencia cubana, sin ayudas extranjeras y con una sólida base en la naturaleza de Nuestra América y en el espíritu creador de sus naturales. Al partir para España, en 1821, dejó escrita una frase que lo retrata de forma entera: “yo soy un hijo de la libertad; un alma americana”. En 1823, perseguido por el absolutismo español de Fernando VII, se ve precisado a refugiarse en “una tierra extraña”. Ante la acusación de que había cambiado de la etapa en que era profesor de Filosofía en La Habana a estos años de exilio, respondió de forma clara: “cuando yo ocupaba la Cátedra de Filosofía del Colegio de S. Carlos de la Habana pensaba como americano [latinoamericano]; cuando mi patria se sirvió a hacerme el honroso encargo de representarla en Cortes, pensé como americano; en los momentos difíciles en que acaso estaban en lucha mis intereses particulares con los de mi patria, pensé como americano; cuando el desenlace político de los negocios en España me obligó a buscar un asilo en un país extranjero [Estados Unidos] por no ser víctima en una patria, cuyos mandatos había procurado cumplir hasta el último momento, pensé como americano, y yo espero descender al sepulcro pensando como americano”. Enseñar a los niños y a los jóvenes que el sentimiento patriótico era el más noble de los sentimientos en tanto la patria era la madre de todos sus hijos, era el hogar común, era donde se fraguan los más nobles sentimientos de amor y, a la vez, desenmascarar el patrioterismo, arma utilizada por los oportunistas de última hora, era una de las misiones que se había impuesto a sí mismo. El amor a Cuba era la comprensión de que éramos parte de una entidad mucho mayor que era, lo que Martí llamó Nuestra América. Él se identifica como americano porque, en aquellos comienzos del siglo XIX, aún ese nombre le pertenecía a la que sería llamada, con posterioridad, América Latina, para diferenciarla de la América anglosajona. Eran los tiempos de Bolívar; eran también los tiempos de Varela: “el americano oye constantemente la imperiosa voz de la naturaleza que le dice: yo te he puesto en un suelo que te hostiga con sus riquezas y te asalta con sus frutos; un inmenso océano te separa de esa Europa donde la tiranía ultrajándome, holla mis dones y aflige a los pueblos; no las temas; sus esfuerzos son impotentes; recupera la libertad de que tú misma te has despojado por una sumisión hija más de la timidez que de la necesidad; vive libre e independiente; y prepara asilo a los libres de todos los países; ellos son tus hermanos”. Después de una intensa labor al frente del periódico El Habanero, tratando de lograr la independencia de Cuba, una etapa compleja y difícil se abrió para el patriota sacerdote. Su labor sacerdotal en Nueva York, ayudando a los emigrantes católicos irlandeses y españoles, cuya pobreza lo hacía sentir el más profundo dolor, su polémica con los protestantes norteamericanos —discriminadores de estos inmigrantes—, lo convirtieron en una de las principales figuras de la Iglesia Católica norteamericana. Sin embargo, la Iglesia española, a la cual pertenecía Cuba, seguía enviando al Vaticano informes opuestos al Padre Varela. Es en medio de aquellas circunstancias que el Padre Fundador escribió los tres tomos de su obra Cartas a Elpidio. Etimológicamente Elpidio significa esperanza; son cartas a la esperanza y están dirigidas a la juventud cubana. Mal cayeron las Cartas a Elpidio en la sociedad habanera; un escritor, Félix Tanco Bosmeniel, se expresa del autor como “un sacerdote pendenciero”. El Gobierno Español ignora la obra. La Iglesia hace silencio. Varela pregunta, a amigos como José de la Luz y Caballero, qué pasa con la obra. Solo este defiende públicamente la obra de su maestro. En 1850, en una entrevista, Varela da una clave de suma importancia sobre sus cartas a Elpidio: “en esas cartas, yo me propuse combatir una errónea creencia relativa a este país [Estados Unidos]. Mis compatriotas creen que aquí existe una completa tolerancia religiosa, lo que no es verdad (…) aquí no existe la tolerancia que se pondera y se elogia. Pues porque yo empecé a combatir ese error, mis paisanos se desagradaron, y lo supe por varios conductos. ¡Me censuraron por eso! (…) ¿A qué, pues, continuar con mis Cartas a Elpidio? Me hirieron, señor, me hirieron mis compatriotas, cuando con muy sana intención hacia ellos comencé aquella obrita”. Sin embargo, las Cartas a Elpidio se sostienen por cuatro importantes pilares: la virtud de su autor, la importancia de la memoria para recuperar la experiencia humana, las ideas que forjaron el alma de Cuba y la utopía que significaba la esperanza. No se trataba de la utopía quimérica, irrealizable por definición, se trataba de la utopía forjada desde la ciencia y desde la conciencia cubanas, exploradoras y norte de un pensamiento que avalaba una acción de construcción, primero, de la idea y, segundo, de la realización de “una Cuba cubana”. Formar a la juventud con la memoria, en la realidad y en la esperanza, sobre bases científicas y sobre una espiritualidad virtuosa, era la herencia más pura que dejaba el Padre Fundador; el Padre de nuestros padres libertadores. El viernes 25 de febrero de 1853 a las 8 y media de la noche muere Félix Varela y Morales. 28 días antes, el 28 de enero, había nacido José Julián Martí y Pérez. Varela había expresado: “…según mi costumbre, lo expresaré con franqueza, y es que en el campo que yo chapeé (vaya este terminito cubano) han dejado crecer mucha manigua (vaya otro); y como no tengo machete (eh aquí otro) y además el hábito de manejarlo, desearía que los que tienen ambos emprendieran de nuevo el trabajo”. No sabía en sus últimos momentos que acababa de nacer el hombre que cerraría el siglo empuñando el machete tal y como él lo había deseado. El hombre, José Martí, tendría que librar una batalla de ideas para continuar la siembra que habían llevado a cabo Félix Varela y José de la Luz y Caballero. Cuba tenía pensamiento propio; Cuba se pensaba a sí misma con la memoria, con la realidad y con la utopía de la esperanza. Los restos de Félix Varela fueron devueltos a su ciudad natal el 6 de noviembre de 1911 por la acción de los profesores y estudiantes de la laica Universidad de La Habana. Reposan en el Aula Magna del más alto centro docente cubano y en el cenotafio de mármol blanco aparece inscrito en latín: “Aquí descansa Félix Varela. Sacerdote sin tacha, eximio filósofo, egregio educador de la juventud, progenitor y defensor de la libertad cubana quien viviendo honró a la Patria, y a quien muerto sus conciudadanos honran en esta Alma Universitaria en el día 19 de noviembre del año 1911. La juventud estudiantil en memoria de tan gran hombre”. *Presidente de la Academia de la Historia de Cuba GRANMA
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