(Versión taquigráfica de las Oficinas del Primer Ministro)
Señor Presidente; Señores delegados: Quiero antes que nada, pedirles excusa por haber roto una norma de nuestros procedimientos al no hablar sentado, por no habituarse a mi estilo y sentirme mejor de pie; además, por la invasión de reporteros y periodistas, me sería imposible ver al resto de las delegaciones. Les doy las gracias por las palabras de bienvenida con que se nos recibió en esta reunión y quiero, al mismo tiempo, expresarles el honor que constituye para mí el encontrarme en el seno de esta sesión, de la que esperamos los cubanos los mejores resultados. Nuestra presencia aquí demuestra el interés que tiene Cuba en esta reunión que es interesante por dos razones: primero, la convicción de la profunda importancia que tiene para los pueblos de América Latina el desarrollo económico; segundo, la creencia de que ha llegado la hora de que los pueblos de América Latina hagamos un esfuerzo serio para encontrar una verdadera solución a la raíz de nuestros males, que son de carácter económico. Es por eso que no vacilamos en expresar desde el primer momento nuestra adhesión y nuestro apoyo a la feliz iniciativa del ilustre presidente de Brasil, y en aprovechar esa iniciativa, que era necesaria, para darle todo nuestro impulso. Aunque no estuvimos presente desde el primer momento, hemos invertido el tiempo que llevamos en este país —que por cierto apenas han transcurrido unas veintitantas horas— en leer detenidamente todos los pronunciamientos de los distintos delegados. No he traído un discurso escrito, he preferido correr los riesgos de hablar con toda espontaneidad y sinceridad —a veces la máquina de escribir traiciona el pensamiento—, y, como tenemos confianza en las verdades que ya se hacen evidentes en la conciencia de nuestro continente, es por lo que no debemos vacilar en expresar con claridad lo que sentimos. Soy aquí un hombre nuevo en este tipo de reuniones; somos, además, en nuestra patria, un gobierno nuevo y tal vez por eso sea también que traigamos más frescas las ideas y la creencia del pueblo, puesto que sentimos todavía como pueblo, hablamos aquí como pueblo, y como un pueblo que vive un momento excepcional de su historia, como un pueblo que está lleno de fe en sus propios destinos. Vengo a hablar aquí, con la fe de ese pueblo y con la franqueza de ese pueblo. Luego de haber escuchado atentamente los discursos que aquí se han pronunciado y de haber leído todos los que se pronunciaron anteriormente, hemos encontrado en ellos, realmente, magníficas piezas oratorias, magníficos pronunciamientos, evidentes verdades. No hay duda de que en las conferencias internacionales el pensamiento de los hombres capacitados de nuestro continente ha sabido, por lo general, enfocar las cuestiones que afectan los intereses de América; no hay duda de que tenemos claridad mental suficiente para analizar y comprender nuestro problema; no hay duda de que hacemos enfoques claros, de que encontramos soluciones; el fallo está en que, realmente, muchas veces no se convierten en realidades. Así las conferencias internacionales se convierten, por esta razón, en meros torneos oratorias. La consecuencia de ello —y debo decirlo aquí con entera franqueza— es que los pueblos apenas si se enteran de las cosas que se discuten en las conferencias internacionales, los pueblos apenas si se preocupan por las cuestiones que se discuten en las conferencias internacionales; los pueblos apenas si creen en las soluciones a que se llega en las conferencias internacionales. Sencillamente no tienen fe, y no tienen fe porque no ven realidades, no tienen fe porque las realidades muchas veces están en contradicción con los principios que se adoptan y se proclaman en las conferencias internacionales, no tienen fe porque hace muchos años que los pueblos nuestros están esperando soluciones verdaderas y no las encuentran. Debemos, pues, partir de esa realidad; debemos empezar por reconocer ese hecho de que los pueblos de América Latina han perdido su fe en los organismos internacionales que representan a sus respectivos países, porque muchas veces, incluso, los intereses nacionales no están bien representados en esas conferencias, y, por tanto, se hace necesario despertar la fe de los pueblos, y la fe de los pueblos no se despierta con promesas, la fe de los pueblos no se despierta con teorías, la fe de los pueblos no se despierta con retóricas; la fe de los pueblos se despierta con hechos, la fe de los pueblos se despierta con realidades, la fe de los pueblos se despierta con soluciones verdaderas. Nosotros debemos tener muy en cuenta que el más terrible vicio que se puede apoderar de la conciencia de los hombres y de los pueblos es la falta de fe y la falta de confianza en sí mismos. Nosotros debemos plantearnos aquí muy sinceramente las posibilidades que tenemos de influir de una manera decisiva en la solución de nuestros problemas, precisamente, mediante el esfuerzo unido de todos los pueblos de este hemisferio, mediante la coincidencia de criterios, ya que coincidimos plenamente en necesidades y en aspiraciones, en los planteamientos de los pueblos de América Latina. Porque no es posible olvidar que esos pueblos existen, que son realidades de carne y hueso, que la solución de sus necesidades es urgente, que los problemas económicos y políticos de América Latina son graves, y sería imperdonable ceguera por parte de los dirigentes de las naciones de América no encontrar las soluciones adecuadas en el momento oportuno. Todos nosotros —no cabe la menor duda— coincidimos en los mismos puntos de vista esenciales; todos tenemos una clara conciencia de las necesidades de nuestros pueblos, porque no son difíciles de precisar, no son difíciles de ver; todos estamos afectados por idénticos problemas, y si acaso hay variaciones es, sencillamente, en el enfoque acerca de los modos de resolverlos; pero, en el fondo, todos sabemos en qué consisten nuestros problemas, y si sabemos en qué consisten nuestros problemas, es posible que no estemos lejos de conocer también cómo se solucionan nuestros problemas. A nuestro entender, la falta de un enfoque unánime y claro obedece, sencillamente, a la influencia de viejas ideas que están pesando sobre nosotros en instantes en que debemos afrontar problemas nuevos, y así, con ideas viejas, muchas veces tratamos de resolver problemas que son enteramente nuevos. Al expresar aquí un sentimiento respecto a las fórmulas que se discuten y se barajan para resolver nuestros problemas, yo diría que lo primero, lo fundamental, no es solo la fórmula que se busque, el remedio que se encuentre para la solución de nuestros problemas económicos; lo fundamental es la actitud de ánimo con que vamos a aplicar esa fórmula, lo fundamental es la cuantía de la medicina que les vamos a aplicar a nuestros males. Nosotros podemos llegar a conclusiones correctas, adecuadas, sobre la solución de nuestros problemas y emprender esas soluciones desalentados, escépticos, o bien con la creencia errónea de que los males que conocemos en su cuantía, en su magnitud y en su alcance los vamos a resolver y los vamos a remediar con dosis de remedios que están muy lejos de resolver verdaderamente el problema. Tenemos como una especie de tendencia a aplicar anestesia más que remedios, paliativos más que remedios, y nos volvemos a encontrar prontamente, de nuevo, con los mismos males; por lo tanto, el ánimo con que nosotros emprendamos esta obra es lo esencial. Soy de los hombres que creen firmemente que no hay obstáculo por difícil que sea, que no hay dificultad que realmente no se venza cuando se enfrenta con verdadera decisión de resolver, y para nosotros, para este continente, para todas las naciones de este continente, para todos los pueblos de este continente y para todos los gobiernos de este continente, los problemas que implica el subdesarrollo de América Latina, son problemas de la mayor trascendencia y de la mayor importancia, más grandes tal vez de lo que se ha planteado aquí; más graves tal vez de lo que se ha dicho aquí, porque los representantes de los diversos países de América Latina que han acudido a esta reunión, no pueden ignorar los problemas de todos y cada uno de sus pueblos, no pueden ignorar los problemas específicos y concretos que están padeciendo en el interior de sus países. Y los gobiernos democráticos representativos, que constituyen la mayoría de los aquí representados, saben los peligros que el gobierno representativo, democrático, constitucional de cada uno de sus pueblos está corriendo, sencillamente, como consecuencia de los problemas del subdesarrollo. Aquí se ha dicho que una de las causas del subdesarrollo es la inestabilidad política, y quizás la primera verdad que deba sacarse en claro, porque es evidentísima, es que la inestabilidad política de los gobiernos y de los pueblos de América Latina en estos tiempos no es la causa del subdesarrollo, sino la consecuencia del subdesarrollo (El embajador de Brasil, Gustavo Federico Schmidt, le dice que ese es exactamente el espíritu de la operación panamericana). Esa verdad es una de las verdades fundamentales que deben decirse, porque no es cuestión de ir a ahondar en las raíces de nuestra historia, que fue una historia compleja que tuvo un curso distinto del que tuvieron las colonias del norte, para ir a buscar la realidad actual en el mundo contemporáneo de una veintena de países subdesarrollados, en los cuales por ningún concepto podemos ir a buscar las causas de su subdesarrollo en la inestabilidad. Somos nosotros, todos los que tenemos algo que ver con las tareas de gobierno —unos con más experiencia que los que recién hemos arribado a esas responsabilidades, pero adonde hemos llegado, si no con un cúmulo de experiencias, sí con un cúmulo extraordinario de honradez, con un cúmulo extraordinario de ideales y con un cúmulo extraordinario de deseo y de voluntad de hacer todo lo que convenga a nuestros pueblos—, todos los que de algún modo o de otro, por estar responsabilizados con las tareas del gobierno de un país, vivimos y contemplamos nuestros problemas internos, quienes comprendemos claramente esa verdad. Pero hay algo más: todos conocemos los esfuerzos ingentes de los pueblos de América Latina en los últimos 10 años por librarse de las dictaduras militares (Aplausos), todos estamos conscientes de los sacrificios que han hecho nuestros pueblos, todos estamos conscientes de las esperanzas que esos sacrificios han despertado en nuestros pueblos y que el triunfo de regímenes democráticos ha despertado en la conciencia de América, todos nos hemos hecho las nobles ilusiones de que las tiranías van desapareciendo de la faz de nuestro continente, y, sin embargo, la realidad es que se trata de una mera ilusión y nadie sería capaz de afirmar aquí, honradamente, cuánto tiempo de existencia le calcula a varios gobiernos constitucionales de América Latina, cuánto tiempo de existencia se le calcula a esta era de despertar democrático que costó tantos sacrificios, y cuánto pueden durar los gobiernos constitucionales arrinconados entre la miseria que provoca todo género de conflictos sociales y la ambición de los que esperan el momento oportuno de apoderarse de nuevo del poder por la fuerza. ¿Cómo es posible que la democracia se pueda mantener en esas condiciones? Hemos declarado el ideal democrático como el ideal de los pueblos de este hemisferio. Hemos declarado el ideal democrático como el ideal que se ajusta a la idiosincrasia y a las aspiraciones de los pueblos de este continente; sin embargo, las condiciones económicas y sociales de la América Latina hacen imposible la realización del ideal democrático de nuestros pueblos, porque sean quienes sean los que ocupan el poder, sea una dictadura de izquierda o sea una dictadura de derecha, lo cierto es que son dictaduras y niegan por completo los principios a que aspiran los pueblos de América Latina (Aplausos). Si nosotros estamos sinceramente preocupados de que nuestros países vayan a caer en manos de dictaduras de izquierda, justo y honrado es que mostremos igual preocupación porque los pueblos no caigan en manos de dictaduras de derecha (Aplausos), porque, en definitiva, ese es el verdadero ideal democrático, lo que América Latina quiere, a lo que América Latina aspira, porque a los pueblos les mostramos una cara del mal y les ocultamos otra cara igualmente fea del mal. A los pueblos muchas veces les hablan de democracia los mismos que la están negando en su propio suelo; a los pueblos les hablan de democracia los mismos que la escarnecen, los mismos que se la niegan y los pueblos no ven más que contradicciones por todas partes. Y por eso nuestros pueblos han perdido, desgraciadamente, la fe. Han perdido la fe, que se hace tan necesaria en instantes como este para salvar al continente para el ideal democrático, mas no para una democracia teórica, no para una democracia de hambre y miseria, no para una democracia bajo el terror y bajo la opresión, sino para una democracia verdadera, con absoluto respeto a la dignidad del hombre, donde prevalezcan todas las libertades humanas bajo un régimen de justicia social, porque los pueblos de América no quieren ni libertad sin pan ni pan sin libertad (Aplausos). Aunque esta es una reunión de carácter económico no soy yo, en primer lugar, quien ha hecho una incursión en el campo de los problemas de principio que nos interesan a todos; pero, además, no veo cómo pueda separarse el ideal económico del ideal político; no veo cómo pueda separarse el problema político del problema económico. La razón por la que decíamos que el subdesarrollo conspira contra los gobiernos constitucionales, que se ven estrangulados por la miseria y los hacen caer en manos de minorías armadas, se debe, precisamente, a que hemos conocido dos tipos de gobiernos: gobiernos de fuerza que suprimen todas las libertades —libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de asociación, libertad de elecciones— y mantienen el orden a sangre y fuego, mantienen la llamada paz de que tanto alarde hacen a sangre y fuego, acumulan resentimientos, acumulan miseria, acumulan angustias; acumulan, restringen, aprisionan todas las ansias de los pueblos que, cuando ven rotas esas barreras, surgen a la vida constitucional repletos de ansias, de aspiraciones, de necesidades que tratan de resolver perentoriamente, que tratan de resolver lo más pronto posible; hacen uso de todos los derechos que les franquea el nuevo régimen, y entonces, como precisamente el tremendo problema es que no hay bienes suficientes para satisfacer sus necesidades, como los bienes que existen no alcanzan, se produce todo género de conflictos que no tardan en ser calificados como anarquía por los enemigos de la democracia, que no tardan en ser calificados como desorden por los que aspiran a la oportunidad de tomar de nuevo el poder por la fuerza... Los gobiernos democráticos con teoría, con argumentos, con razones, no pueden resolver esos problemas que se agudizan. Surge entonces la teoría de que para que haya inversión es necesario que haya orden completo, que no haya huelgas, que haya paz absoluta en el país (Aplausos), que si quieren desarrollar económicamente a esa nación son necesarios una serie de requisitos previos; pero lo que no dicen, lo que no se afirma, es cuál es la invención que el hombre ha hecho para lograr tales condiciones por medios democráticos y sin aherrojar más al pueblo, sin quitarle al pueblo más aún. ¿Qué gobierno democrático que aplicara esas medidas que demanda como requisito el capital de inversión, puede mantenerse en el poder si sacrifica la base popular mientras, por otro lado, los grupos armados minoritarios esperan el momento de su debilidad para quitarle el poder de las manos? ¿Cómo pueden los gobiernos constitucionales resolver ese tremendo dilema? ¿O es que vamos a aceptar, en definitiva, que no hay más solución —que por cierto no es solución, sino que agrava los males del sistema ideal del gobierno— que el imperio de la fuerza, el gobierno por la fuerza dentro de nuestros respectivos países, con lo cual estaríamos renunciando por completo al ideal democrático? ¿Qué sería de América si los gobiernos constitucionales que hoy existen caen en manos de minorías armadas? ¿Qué destino le espera si nosotros no hallamos solución a estos problemas? ¿Qué destino le espera a América, si esas minorías que no entienden de otra solución que el terror, el crimen, el destierro, la cárcel y la destrucción de todos los derechos humanos, toman el poder en estos instantes en que, precisamente, nuestros males se agravan, en que precisamente nuestra tasa de crecimiento y de desarrollo disminuye? ¿Qué alternativa les quedaría a los pueblos de América? ¿Cuáles no serían las consecuencias? ¿Quién podría detener en esas circunstancias los tremendos conflictos que posiblemente derivasen hacia una espantosa contienda civil, a una tremenda pugna entre las concepciones que hoy se debaten en el mundo? ¿Quién puede afirmar que por ese camino la América no corra el riesgo de perderse para el ideal democrático, que es el ideal de este continente? No se trata aquí —y en ese sentido encontré correcta la afirmación del delegado de Estados Unidos— de una cuestión de miedo y no se trata de que nosotros vengamos a agitar temores. No. Cuando se hablan realidades no puede haber segunda intención; cuando se señala un mal, no puede haber una intención oculta. Si a ellos les preocupa eso, si a Estados Unidos le preocupa que América corriera esa suerte, a Latinoamérica nos interesa más que a Estados Unidos que no corramos esa suerte; porque América no quiere convertirse en campo de batalla, América no quiere convertirse por descuido, por error, por falta de visión clara y oportuna, en el escenario de lucha en que se han convertido otros lugares del mundo; por lo tanto, al hablar así, estamos pensando en el interés latinoamericano, porque nosotros corremos peligro que Estados Unidos no corre, nosotros tenemos problemas que Estados Unidos no tiene. Allá la estabilidad económica, la formidable base económica, ha garantizado —desde luego, incluyendo otros factores de idiosincrasia— la estabilidad política de aquel pueblo del norte, y por eso se hace difícil que a veces comprendan estos problemas de América Latina. A veces, a los ojos de los que no han tenido estos problemas, parecemos una raza incapaz de gobernarse a sí misma; parecemos una raza incapaz de resolver sus propios problemas y es fácil que se atribuyan a falsas razones, que se atribuyan a falsas causas las consecuencias de causas distintas, que se confundan las razones, y por eso es necesario plantear aquí estas verdades: que el mal no está en nosotros, que el mal está, fundamentalmente, en nuestras condiciones económicas y sociales, que no hemos tenido la fortuna de podernos desarrollar como se han desarrollado los países del norte, y que las causas no están en el hombre latinoamericano, que las causas no están en la capacidad de gobernarse del hombre latinoamericano, que las causas no están en la inteligencia del hombre latinoamericano; que las causas están en la base económica, en los tremendos problemas económicos que desde los orígenes hemos afrontado estos pueblos de Centroamérica y de Suramérica. Es conveniente que estas verdades se digan y se digan con franqueza, porque al decirlas estamos muy conscientes de que no le hacemos daño a nadie y de que el daño verdadero se hace cuando se ocultan. Estas verdades debemos decirlas, sobre todo debemos decirlas los latinoamericanos y debemos decírselas a los delegados de Estados Unidos y debemos decírselas a la opinión pública de Estados Unidos; porque ellos han de atender a la opinión pública de su país y poco pueden hacer si la opinión pública de su país no comprende estos problemas. Es por eso que nosotros debemos hacer lo que recientemente hicimos en nombre de Cuba: ir allí, a la opinión pública de Estados Unidos, a plantear nuestros problemas. Y podemos añadir que recibimos la grata sorpresa de que las verdades que muchas veces nosotros tememos decir aquí en el seno de estas reuniones, las decimos a la opinión pública de Estados Unidos y la opinión pública de Estados Unidos las comprende y las aplaude (Aplausos). Todos estamos de acuerdo en que es imprescindiblemente necesario desarrollar económicamente a los pueblos de América Latina. Todos estamos conscientes de nuestro atraso económico. Todos sabemos, por ejemplo, que el consumo de un hombre latinoamericano equivale a una sexta parte del consumo del hombre norteamericano; que nosotros consumíamos seis veces menos, que nuestras familias, nuestros jóvenes, nuestros trabajadores, nuestros profesionales, nuestros intelectuales, consumen seis veces menos que lo que consumen los obreros, los intelectuales y las familias norteamericanas. Todos estamos conscientes de que la única manera de elevar nuestro nivel de ingresos a esa meta y a metas aún superiores, es desarrollando económicamente a nuestras naciones. Hemos invocado la palabra cooperación, porque estamos conscientes de que cada uno de nosotros poco o nada puede hacer por sí mismo en favor del desarrollo económico. Todos estamos conscientes de nuestra impotencia, todos sabemos que en lo que enfrentamos cada uno de nosotros no podemos hacer nada, e invocamos la palabra cooperación; pero yo me pregunto si es que los pueblos de América Latina vamos a dividir nuestras balanzas de pago desfavorables, nuestras miserias y nuestras crisis económicas (Risas). Cuando hablamos de cooperación, estamos pensando en los países que pueden brindarnos esa cooperación, y la cooperación en el sentido de que nosotros, los pueblos de América Latina, tenemos que poner todo nuestro esfuerzo; de que, por ejemplo, nosotros, los pueblos de América Latina, tenemos que establecer una norma de absoluta honradez en el gobierno; de que nosotros, los pueblos de América Latina, tenemos que establecer normas morales si queremos que el desarrollo económico corra parejo, porque pudiera darse el caso de que, en igualdad de condiciones en cuanto a la cooperación de capital, Cuba avance extraordinariamente y otros pueblos se queden retrasados, porque los sistemas políticos imperantes allí hagan que el dinero que se invierte en industrias pase a las manos privadas de un dictador, que el capital que se invierte allí no beneficie a nadie, sino que haga más poderosos, por hacerlos más ricos, a los dictadores y ciertos pueblos de nuestro continente se pierdan de los beneficios que con la cooperación debemos pedir, porque no hay sistema de gobierno más corrompido que la dictadura. Es verdad que hay gobiernos constitucionales corrompidos también; pero al paso que los gobiernos constitucionales tienen que cuidarse porque deben asistir a unas elecciones y pueden perderlas si hay democracia verdadera y votan las personas, entonces se abstienen, hay un freno en la denuncia pública, hay un freno en la libertad de expresión, hay un freno en las elecciones que se suceden cada dos años; pero cuando se trata de una dictadura, roban no millones, roban 10 años, 15 años, 20 años y hasta más años (Risas y aplausos), nadie los acusa, nadie los denuncia, porque no puede, nadie los refrena y nadie los sustituye. Luego, parejamente con el esfuerzo de orden económico, los pueblos debemos hacer un esfuerzo de orden moral, y, sobre todo, cuando se establezcan esas normas, cuando las posibilidades de movilización de recursos se les hagan difíciles a determinados gobernantes, cuando no representan el interés de sus pueblos, no representan la voluntad de sus pueblos. Por esa vía hay maneras de ir mejorando el status político de los pueblos de nuestro continente, en la misma medida en que vamos mejorando nuestro status económico, y no correr el riesgo de ir a fortalecer dictaduras con la cooperación, porque es uno de los riesgos que podemos correr si no estamos de acuerdo en que el sistema de gobierno ideal no es la dictadura para el desarrollo económico y que, además, la corrupción es un vicio que nos desacredita, la corrupción es un vicio que conspira contra el desarrollo económico, y ya los gobiernos que somos democráticos no debemos conformarnos solo con ser democráticos, sino, además, con ser honrados. Esa es una parte considerable de nuestra cooperación: los sacrificios que debemos hacer, la clara conciencia de que no debemos representar intereses de minorías; pero en estas convenciones, en estas reuniones, en estos planes, debemos estar representando intereses de mayorías; por lo tanto, los sacrificios que sea necesario imponernos dentro de nuestro propio pueblo, imponérnoslos, no sea que pidamos sacrificio solamente a una parte, les pidamos sacrificio a los obreros y no les pidamos sacrificio a los demás sectores del país, porque en una empresa de esta índole los sacrificios tienen que ir parejos en todos los factores de la nación, y eso es algo que las clases económicas lo pueden comprender perfectamente, como lo han comprendido en Cuba, donde el gobierno va realizando sus medidas con el apoyo mayoritario de las clases económicas del país, movidas por un gran interés nacional. Todo depende de que nosotros saquemos a los pueblos de esa atmósfera, de ese letargo donde han estado sumidos y los elevemos a una gran aspiración nacional que, en este caso, coincide con una gran aspiración latinoamericana y una gran aspiración continental. Se habla aquí de industrialización. Efectivamente, nosotros en Cuba afrontamos ese problema y sabemos que los 700 000 desempleados de allí no hay más que una manera de ocuparlos, porque no les vamos a dar billetes que no valen nada, no los vamos a alimentar del aire, no los vamos a poner a hacer trabajos improductivos, a quitar una piedra de un lado y ponerla en otro; la solución única que tiene el problema es, sencillamente, establecer industrias, y cuando vamos a establecer industrias nos encontramos con los problemas: primero, las industrias hay que pagarlas no en pesos, sino en oro o en dólar, y si no hay oro ni hay dólar, entonces, ¿cómo vamos a comprar las industrias? Segundo, las industrias, al establecerlas con nuestros recursos, tenemos que vender nuestros productos, y si nos encontramos con que nuestros productos no podemos venderlos en la cuantía necesaria, que apenas alcanza para pagar lo que importamos, que muchas veces no alcanza para pagar lo que importamos, entonces nos encontramos con que no tenemos recursos propios para establecer nuestras industrias. Pero aun en un supuesto de que tengamos recursos propios, que podamos movilizar algunos recursos, nos encontramos que hay industrias para las cuales el mercado interno no es suficiente —por ejemplo, estampados, automóviles, penicilina— para justificar una inversión grande en un mercado limitado. No cito más que algunos ejemplos de los muchos que se pueden citar, y nos encontramos con que ustedes, nosotros, todos los países de América Latina, muchas industrias no las pueden establecer porque el mercado no es suficiente. De ahí que hayamos arribado a la conclusión de que sea necesario ampliar nuestro mercado. ¿Cómo? Pues convirtiendo en un mercado común toda la América Latina, como aspiración, naturalmente, que no se puede lograr de la noche a la mañana, con reajustes que no se pueden hacer de la noche a la mañana; pero sí como aspiración futura, porque es una innegable verdad que con nuestros mercados reducidos, al menos los países pequeños, no podremos desarrollar industrias que puedan encontrar mercado amplio que justifique la inversión que se haga en ellas. Hay también otra circunstancia: las industrias que se establezcan para el mercado interno necesitan mercado interno, porque no hay industria que prospere si no tiene quién le compre. Otro caso trágico de América es que la inmensa mayoría de su población es rural y la población rural no tiene ingresos. Por eso nosotros la solución del problema de Cuba la hemos basado en dos principios: reforma agraria y desarrollo industrial, porque si los campesinos de nuestra patria no perciben ingresos, ¿la industria a quién le va a vender? Luego, nosotros hemos llegado a la conclusión en nuestro país de que la reforma agraria es esencial a nuestro desarrollo industrial y, además, porque el extraordinario número de desempleados solo podemos ocuparlo si ponemos una parte a producir para los que trabajan en las fábricas y poner a los de las fábricas a producir para los que trabajan en el campo. Eso es, sencillamente, lo que técnicamente se conoce como el aumento de la productividad y de la producción en la agricultura; pero que hay que llamarlo de una manera mejor orientada, hay que llamarlo reforma agraria, porque si los problemas de América Latina son como los problemas de Cuba, no hay otra forma de resolver el problema que con la reforma agraria. En el orden fiscal, es necesario que los impuestos vayan a gravar no precisamente a los que menos tienen, y que se establezcan sistemas fiscales justos; por lo tanto, pueblo que quiera honradamente resolver sus problemas, es pueblo que tiene que estar dispuesto en todos sus sectores a hacer los reajustes y los sacrificios que sean necesarios. Comprendemos los tremendos problemas, comprendemos los tremendos gastos que, por ejemplo, hacen las fuerzas armadas en determinados países, que absorben una parte enorme de los presupuestos. Son problemas —yo sé— difíciles de resolver, pero lo que quiero es llegar a la conclusión de que la cooperación de los pueblos de América Latina es en el esfuerzo que debemos hacer por producir las condiciones que están en nuestras manos producir; porque no están dependiendo de la miseria, están dependiendo, en gran parte, de nosotros, porque para ser honrados no hay más que disponerse a no robar, y eso, en definitiva, no depende de que haya miseria, depende de que haya decencia, de que haya honradez, de que haya lealtad en el gobernante; por lo tanto, nuestra cooperación es fundamentalmente una cooperación humana, un esfuerzo grande para resolver y producir las condiciones para el desarrollo económico. En cuanto a capital, ¿no habíamos quedado en que si no podemos vender nuestros productos en cantidades suficientes, jamás contaremos con recursos propios, jamás podremos ahorrar? Porque, ¿cómo vamos a ahorrar, sometiendo a los pueblos a más hambre todavía? Sencillamente, entonces, ¿cómo podemos obtener un capital? Y aquí vamos a expresar el punto de vista de la delegación cubana. Hay tres maneras: ahorrando, obteniendo financiamiento público o inversiones privadas. Tengo entendido que la economía no ha descubierto ningún otro procedimiento hasta este momento. El primero pudiera ser una solución, que nosotros pudiésemos vender libremente todos nuestros productos; que el país más industrializado, que es Estados Unidos —y, después de Estados Unidos, Canadá, pero nuestras relaciones comerciales son fundamentalmente con Estados Unidos—, suprimiera todas las restricciones que afectan a nuestros productos básicos, a nuestros productos primarios y, al suprimir estas restricciones, al suprimir los subsidios a aquellos artículos que compiten con nosotros, poder vender todos nuestros productos y obtener en la cuantía necesaria la divisa y el oro para poder movilizar esos recursos. Nosotros, por ejemplo, podemos decir que si Cuba vendiera 8 millones de toneladas de azúcar podría perfectamente movilizar todo el capital necesario para su desarrollo industrial. Esa sería una fórmula. Ahora bien, eso implicaría un cambio en la estructura económica de Estados Unidos. No voy a ser un utopista. Por nuestra propia experiencia, sabemos las dificultades que siempre se encuentran cuando se trata de eliminar algunas de esas restricciones, como consecuencia de determinados intereses nacionales, como consecuencia de ciertos intereses ya establecidos, y estamos conscientes de que esa liberación, en cuantía suficiente para que de verdad representase un aumento considerable en nuestra exportación de productos primarios, sería una de las fórmulas más difíciles de adoptar por parte de Estados Unidos. Luego ese camino luce por el momento un camino difícil, salvo que en el futuro Estados Unidos adoptara la política que adoptó Inglaterra en otros tiempos, de dedicar fundamentalmente su esfuerzo nacional, a la producción de artículos industriales —cosa que podría ser posible, ya que uno de los países donde la productividad en la agricultura es más alta es en Estados Unidos y donde solo una parte pequeña de la población se dedica a la agricultura—; pero debemos de estar conscientes de las dificultades actuales, al menos como la contemplamos nosotros. La otra fórmula, el capital privado de inversión, es la fórmula que se ha estado planteando durante los últimos años como solución, pero es la fórmula que no es solución. En algunas ocasiones se ha insinuado, en otras se ha dicho más o menos secundariamente; pero, analizando las posibilidades de que la inversión privada sea la que resuelva nuestros problemas, tenemos que plantearnos las siguientes cuestiones: primero, la inversión privada exige determinados requisitos previos: el clima. La palabra clima lo encierra todo aquí, pero, ¿qué se entiende por clima? ¿Puede haber clima en medio de 700 000 desocupados? ¿Puede haber clima en medio de los ingresos tan bajos que percibe la población? Y ya se sabe que cuando un pueblo alcanza un nivel, por pequeño que sea, es muy difícil reducirlo, que reducirlo les cuesta la impopularidad a los gobiernos constitucionales, y que perder la popularidad les cuesta el poder a los gobiernos constitucionales. El clima, ¿cómo se puede lograr en medio de los conflictos que se originan en el hambre, en la miseria, en las necesidades, los cuales no se podrían suprimir si no por la fuerza?; y desde el momento en que se suprimen por la fuerza y a sangre y fuego, estamos dejando de ser demócratas, ¿cómo entonces ese clima previo que se pide? Pero, además, ¿resolvería el problema genérico de toda la América Latina? Porque no estamos hablando aquí de soluciones para un país o para otro, estamos hablando para todos. El capital iría hacia aquellos países donde esas condiciones se encuentren, que serían los que estén en mejor situación económica y, por tanto, sus conflictos sociales fuesen menos, y no iría precisamente a los países que están económicamente más atrasados y que es donde se producen más intensamente los conflictos sociales. Luego, grandes zonas quedarían abandonadas a su suerte y la inversión privada no las resolvería. Hay también otros tipos de inversiones a las que la inversión privada no acude: a una planta hidroeléctrica de 100 millones, 200 millones, 300 millones, no acude; acude, por ejemplo, a donde hay pozos petroleros, inversión segura; acude a otro tipo de inversiones seguras, pero a determinado tipo de inversiones que no producen un rendimiento grande, prefieren el otro tipo de inversión. Esas inversiones luego tienen que ser financiadas, porque nunca quedarían resueltas con la inversión privada. Además, ¿podemos nosotros, en las actuales circunstancias, buscar un clima mejor para esas inversiones? ¿Los precarios gobiernos de América Latina pueden buscarlo —y al decir esa palabra no trato absolutamente de decir si no lo que, a nuestro entender, constituye una realidad de nuestros gobiernos, como consecuencia de una situación económica determinada—, pueden brindar un clima mejor? ¿Y si ese clima no se puede brindar mejor que ayer o que hasta el presente, cómo vamos a pensar que la inversión privada vaya a resolver el problema en el futuro? ¿Cómo vamos a pensar que lo que no ha resuelto en 10 años, en 20 años, en 30 años, lo va a resolver ahora, cuando precisamente nuestra tasa de desarrollo va hacia abajo y el estado de inquietud es mayor? Además, imaginemos que la inversión privada fuese a resolver todos los problemas. Sabemos los conflictos que se producen constantemente o se pueden producir en un momento determinado entre la empresa y los obreros. Cuando ese conflicto es nacional, pues son conflictos nacionales; cuando los conflictos se producen, por ejemplo, entre una empresa norteamericana y obreros de un país determinado, el conflicto adquiere características no nacionales y entran a formar nuevos ingredientes en el resentimiento y en la falta de comprensión. Eso es una cosa que, si queremos resolver nuestros problemas de manera que la armonía mayor, la comprensión mayor y que la amistad mayor existan entre todos los pueblos del continente, debemos basarnos en la experiencia existente hasta hoy y comprender que debemos buscar soluciones que no sean soluciones por 10 ó 15 años y que sean problemas dentro de 20 años; debemos buscar soluciones definitivas. No se trata de que nosotros estemos contra la inversión privada; pero sí entendemos que debemos fomentar la inversión privada de empresarios nacionales, debemos buscar la ayuda de los empresarios nacionales, facilitarla a través de las instituciones de crédito del Estado, con capital movilizado a través de las instituciones de crédito internacional. Sí creemos en la conveniencia de la experiencia, del estímulo de las inversiones privadas, pero debemos aspirar a que sean inversiones privadas de empresas nacionales. ¿Quiere decir que excluyamos las internacionales? No, porque cuando haya un tipo de empresa donde haya interés de una inversión internacional, tendrá las mismas garantías y los mismos derechos que la empresa nacional; pero, sencillamente, no estamos buscando las soluciones hasta hoy encontradas, sino soluciones nuevas, soluciones que de verdad resuelvan nuestros problemas. Luego, hay que sacar la conclusión honesta de que los climas de que se habla son climas teóricos, que no estamos en condiciones reales de brindarlos, que la inversión va hacia donde encuentra mejores condiciones y que los países más atrasados, que son los que más necesitan la inversión, no pueden propiciar ese clima. De las tres maneras de buscar capital, queda la tercera: el financiamiento público. ¿Por qué no llegar a la conclusión real de que, en las actuales condiciones, la forma en que mejor se facilita la cooperación es en el financiamiento público? He leído con detenimiento el discurso de la delegación de Estados Unidos. Plantea todo el esfuerzo de cooperación que ha hecho en distintos organismos de crédito internacionales; plantea el aporte que ha hecho recientemente en el Banco Interamericano de Desarrollo; plantea la ayuda que en determinados casos ha prestado a determinados países. Es cierto, el aporte a través de ese organismo es un aporte, pero no ha sido suficiente. No digo que no haya sido suficiente la buena voluntad, los deseos de ayudar, la espontaneidad con que se haya hecho; pero los recursos con que han contado los organismos internacionales han sido insuficientes, porque si no, ¿por qué no está desarrollada económicamente América Latina, si nuestros pueblos tenían acceso a esas instituciones de crédito? De los 1 000 millones de capital básico, la mitad es nuestra, con nuestras monedas débiles y nuestros problemas inflacionarios, porque para que esa moneda que nosotros aportamos ahí valga, tiene que tener una garantía en dólares o en oro, ¿y de dónde vamos a sacar los dólares o el oro que va a garantizar esa moneda? Sencillamente, los recursos aportados, los recursos que la cooperación ha brindado, no son suficientes. Es verdad lo planteado por la delegación de Estados Unidos que los aportes hechos por Estados Unidos han implicado sacrificios para el contribuyente, han implicado sacrificios para el pueblo de Estados Unidos. Puede, afortunadamente, Estados Unidos, por su poderosa economía, hacer los sacrificios que los pueblos subdesarrollados no podemos hacer; puede la economía de Estados Unidos hacer esos sacrificios y lo ha hecho en otras ocasiones, ¡lo ha hecho grande en otras ocasiones!, mas no lo ha hecho en favor de los pueblos de la América Latina, no se han dirigido hacia aquí, hacia la familia de este hemisferio. Se han dirigido esos sacrificios hacia Europa, para su reconstrucción después de la guerra, se han dirigido hacia los lejanos países del Medio Oriente; sin embargo, no se han dirigido esos sacrificios hacia los pueblos que están más estrechamente vinculados en la tradición, en la política y en la economía con Estados Unidos. ¿Por qué América Latina no puede aspirar a que Estados Unidos le brinde el respaldo y las facilidades que se les han brindado a otros lugares del mundo, si nosotros no planteamos que se nos donen capitales, si nosotros planteamos que se nos financien capitales, si nosotros planteamos la obtención de los capitales necesarios para nuestro desarrollo económico, con el propósito de devolverlos con sus intereses?, sacrificio que hoy hacen los contribuyentes norteamericanos en ventaja de las futuras generaciones norteamericanas. Las generaciones presentes afrontan los problemas presentes haciendo sacrificios en bien de las generaciones futuras, porque tampoco nosotros percibiremos esos beneficios. Esos beneficios los percibirán fundamentalmente las generaciones futuras de nuestros pueblos, que tendrán un modo de vivir distinto, llevarán una vida más feliz y más holgada, porque creo firmemente que si resolvemos nuestros problemas económicos estaremos estableciendo las verdaderas bases para una democracia humanista, sobre la consigna de libertad con pan para los pueblos, doctrina a la que ninguna otra podría superar en la devoción de los hombres y en la aspiración de los hombres. Lo que nosotros estamos planteando no es algo que afecte los intereses económicos de Estados Unidos. El comercio entre los países ricos y Europa lo ha demostrado, es mayor que el que existe entre los países ricos y pobres. El comercio existente entre Canadá y Estados Unidos es un comercio superior al que existía con un Canadá no desarrollado económicamente. El comercio entre nuestros pueblos y Estados Unidos aumentará en la misma medida en que nuestros pueblos se desarrollen. Nosotros podremos elevar extraordinariamente nuestros niveles si explotamos nuestros recursos naturales, si creamos un mercado interno en cada nación y un mercado común entre todas nuestras naciones. Tendremos entonces todas las condiciones para un desarrollo que, en su día, puede llegar a ser el que actualmente tiene Estados Unidos —que para esa etapa tendrá uno superior—; pero si los 200 millones de habitantes de América Latina consumiesen lo que hoy consumen los 169 millones de habitantes de Estados Unidos, nosotros tendríamos la verdadera base para una América Latina plenamente desarrollada, sin desempleo. Hoy Estados Unidos no solo les da empleo a sus propios ciudadanos, sino que cientos de miles de ciudadanos de América Latina van a Estados Unidos a trabajar. Recientemente tuve oportunidad de reunirme con decenas de miles de latinoamericanos que están allá trabajando, donde han encontrado trabajo, donde han encontrado autorización para trabajar, donde ganan buenos sueldos, y, sin embargo, desean poder vivir en sus respectivas tierras, desean trabajar en sus propias naciones, y he visto casos de personas que ganan 500 pesos, que nos piden volver a trabajar en su país por 150, por 200 pesos. Tiene nuestra población que emigrar hacia el norte industrialmente desarrollado. Habría trabajo en nuestro continente para toda esa población que emigra, y que emigra en la medida en que se lo permiten, porque si se lo permitiesen emigraría en número de millones hacia Estados Unidos para encontrar allí el sustento que no encuentra en sus propias naciones, ¿podría haber mejores perspectivas para el ideal democrático, que es el sueño de la América Latina, que un verdadero desarrollo económico? Después de analizadas estas consideraciones, ¿hacia dónde debe dirigirse el esfuerzo de América Latina? Hacia la obtención de capitales mediante financiamiento público del país que, por ser el más desarrollado, puede brindarnos ese financiamiento. La delegación cubana, los técnicos de la delegación cubana, han calculado que el desarrollo económico de América Latina necesita un financiamiento de 30 000 millones de dólares en un plazo de 10 años, si se quiere de verdad producir un desarrollo pleno de América Latina. Nadie debe de asustarse por esta cifra. Estas cifras están en la conciencia, en el ánimo de todos ustedes, porque existen los datos estadísticos de nuestra población, de nuestras necesidades, de nuestro crecimiento, del número de millones que se necesita para emplear un número determinado de obreros. A las cifras no hay que temerles, son cálculos basados en datos reales, porque es que nosotros le damos vueltas al problema, planteamos todas las ecuaciones y no planteamos la esencial, la que se necesita. ¿Y cómo podemos obtenerla? Podemos obtenerla solo de Estados Unidos y solo mediante financiamiento público, y entendemos, además, que es el procedimiento más fácil por parte de Estados Unidos, porque cualquier otro, como el problema de la eliminación de las restricciones, consideramos que políticamente sería más difícil de obtener, y porque la experiencia en los últimos años demuestra que ese procedimiento es el que ha podido emplear Estados Unidos en Europa y en el Cercano Oriente. ¿Por qué entonces desechar esa oportunidad que se consideró mejor en otros lugares, cuando se trata del caso de América Latina? Entendemos que eso no solo redundaría en beneficio de América Latina, sino que redundaría, además, en beneficio de Estados Unidos. En nuestros planteamientos con periodistas, con la opinión pública de Estados Unidos, con personas interesadas y estudiosas de estas cuestiones internacionales, encontré que había una verdadera disposición para aceptar esta tesis, puesto que, sin género de duda, no hay ninguna otra que la pueda sustituir si de veras se quieren resolver los problemas. En la opinión pública de Estados Unidos, si nosotros argumentamos correctamente y sin temor —porque nadie debe albergar temor de hablar una verdad que a su entender es de conveniencia no para uno, sino para todos—, la opinión pública y el gobierno de Estados Unidos se persuadirán de estas verdades aquí planteadas. No hace muchos días fue publicada la noticia de que tres senadores norteamericanos habían dado algunos pasos en ese sentido. Lo importante es que cuando todos lleguemos al convencimiento de que esas son las verdaderas soluciones, se apliquen en la cuantía necesaria para de veras resolver el problema, resolverlo cabalmente, no a medias, y establecer una verdadera base duradera a la aspiración democrática de este hemisferio. Considero que he cumplido sencillamente con mi deber al expresar en el seno de esta comisión estas ideas. Muchas gracias (Aplausos). CUBA.CU
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