En Loma del Gato, Santiago de Cuba, el 5 de julio de 1896 una bala española tronchó la vida de uno de los más aguerridos generales del Ejército Libertador: José Maceo y Grajales, quien por su audacia y combatividad pasó a la historia como El León de Oriente. Discriminación por el color de la piel, destierro, prisión, persecuciones e intrigas le forjaron un recio carácter, que él puso a prueba durante las tres guerras de independencia y descolló como uno de los más sobresalientes jefes mambises. Muchas fueron las situaciones que demandaron de su fortaleza física, principios y cualidades. De él escribió Máximo Gómez en carta fechada el 24 de julio de 1896 rara vez en nuestra vida militar se encontrarán unidos en un hombre los nobles dones del sentimiento: lealtad, desinterés y abnegación, y las grandes virtudes marciales: el valor, la subordinación, y la hidalguía. Esos rasgos fueron los que identificaron al paladín que no aceptó el Pacto del Zanjón, permaneció firme en la Protesta de Baraguá junto a su hermano Antonio, el hombre de las innumerables proezas para burlar las más sofisticadas cárceles europeas de la época y que ofrendó su sangre por la libertad de los cubanos. El día de su muerte, hace 117 años, fue avisado de la presencia enemiga, ordenó avanzar y marchó al frente; hasta caer en combate en el campo de batalla. GRANMA
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