50th ANNIVERSARY OF THE BAY OF PIGS Gabriel Molina ON May 28 1961, 26 children in Pinar del Río were almost killed. Terrorists organized and trained by the CIA presented new evidence as to their total lack of scruples. At 4:00pm, several hundred children were enjoying a children’s show at the Riesgo Theater when suddenly flames broke out around the screen. Employees and other adults quickly extinguished the fire but not before 26 children were burned or injured. Another 14 adults were hurt, for a total of 40 people injured as a result of the sabotage. Apparently, the United States had decided to resolve its dilemma as to what to do about Cuba in the way suggested by Nixon and Eisenhower: war. As far as relations between the two countries went, the ‘covert action plan against the Castro regime’ remained in force and, written between the lines, included was terrorism. A report by Marines Colonel Jack Hawkings, one of the principal leaders and implementers, listed as accomplishments during the period more than 150 acts of sabotage, using fires, and 300,000 tons of sugar cane burnt in 800 attacks. A few days later, a bomb exploded in a bathroom in the Hotel Casa Granda. The explosion confirmed that Washington had not given up on the use of force to put an end to the revolutionary government. May 30, the Havana District Revolutionary Court prosecutor, Dr. Pelayo Fernández Rubio, left his home located at 421 Estrada Palma at 7:30 a.m., carrying his 20-month old son. The well-known lawyer placed the child in the car, got in, inserted the key and started the engine. As he put the car into gear, he felt a violent explosion. He was only able to throw himself over the child in an attempt to protect him and both were injured – two days after the events in Pinar del Río. President Kennedy was frantic after the April defeat in Cuba and everything else seemed unimportant compared to his desire to avenge his family’s honor, besmirched at the Bay of Pigs. The revolution’s human approach A few days earlier, May 20, at 1:30 pm a strange group of passengers disembarked from Pan American flight 422 at Miami International Airport. Dressed in their camouflaged mercenary Brigade 2506 uniforms, ten prisoners of Cuban authorities arrived, clean and well-shaven to U.S. territory, without any sort of escort whatsoever. The U.S. citizens present at the airport curiously observed the frustrated invaders. A large group of relatives called out their names and pushed to get closer, while federal authorities and border agents surrounded the group, preventing anyone from approaching Waldo Castroverde Giol, a Brigade parachutist said in a few succinct words that the prisoners in Havana were all in good health and had not been mistreated at any point. The group brought two boxes of letters from other prisoners to their families. He added that they were not able to give a press conference. Fidel demanded from the U.S. government, responsible for the invasion, compensation in the form of 500 tractors. Cuba would return to the United States more than 1,000 prisoners. The delegates swore to their fellow invasion Brigade members that they would return to Cuba if no solution was forthcoming and would stay a total of seven days if an exchange could be arranged. Already accustomed to the behavior of Comandante en Jefe Fidel Castro, the prisoners were not too surprised when, on the morning of the previous Saturday, the leader of the government they had attempted to overthrow appeared at the naval hospital under construction where they were being held. He conversed with a few small groups of prisoners before meeting with the commission which had been elected to represent the group, as he had insisted. Upon hearing the plan, the men responded with optimism, a few couldn’t hide their happiness and support for Fidel’s proposal granting them the freedom they had been dreaming of since they had been captured while serving the interests of a foreign power. Fidel had declared that, in victory, the Cuban Revolution would not demean itself. The mood of the prisoners was summed up by one who used a popular phrase to say that the U.S. was ‘obliged with a loaded gun’ to consider the proposed exchange, meaning that the initiative had created a stir. The generous treatment of the mercenaries contrasted sharply with the propaganda broadcast by Radio Swan reporting that Cuba had subjected them to torture and, even more so, with the treatment they received upon arriving in Miami. They were not allowed to talk with their families at the airport, but were whisked away in cars, practically kidnapped. GRANMA *************************************************** Gabriel Molina El 28 de mayo de 1961, hace hoy 50 años, 26 niños de Pinar del Río estuvieron a punto de morir asfixiados. Los terroristas, organizados y adiestrados por la CIA, dieron ese día una nueva prueba de su falta de escrúpulos. A las 4 de la tarde, centenares niños disfrutaban de una función infantil de cine en el teatro Riesgo, cuando de repente comenzaron a restallar lengüetas de fuego en la pantalla. Rápidamente se movilizaron empleados y otras personas para apagar el siniestro, pero no pudieron evitar que resultaran quemados y lesionados 26 niños. Otras 14 personas, adultas, sufrieron también lesiones para elevar a 40 heridos el balance del sabotaje efectuado. Aparentemente, en Washington habían decidido resolver el dilema de qué hacer sobre Cuba, en la manera que aconsejaban Nixon y Eisenhower: la guerra. En la relación bilateral seguía vigente el "Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro" que, entre sus líneas principales, tenía la del terrorismo. Un informe del coronel de marines Jack Hawkings, uno de sus principales jefes y ejecutores, daba cuenta sobre los resultados del programa hasta esos días: más de 150 sabotajes por incendios y 300 000 toneladas de arrobas de caña de azúcar quemadas en 800 deflagraciones. Pocos días después estalló una bomba en los servicios sanitarios del hotel Casa Granda. El petardo resultó una confirmación de que Washington no vacilaba para retomar los intentos de acabar a la fuerza con el poder revolucionario. El fiscal de los Tribunales Revolucionarios del Distrito de La Habana, doctor Pelayo Fernández Rubio, salió de su casa, situada en Estrada Palma No. 421, a las 7:30 a.m., llevando en brazos a su hijo de un año y ocho meses. El conocido hombre de leyes colocó al niño en el auto, introdujo la llave en el encendido, puso el motor en marcha y al poner en primera la caja de velocidades, sintió una terrible explosión. Solo atinó a lanzarse sobre el niño para tratar de protegerlo con su cuerpo. Ambos resultaron heridos. Habían transcurrido dos días de los hechos en Pinar del Río. Para entonces, el Presidente Kennedy estaba frenético con el fracaso de abril en Cuba y todo lo demás se quedaba pequeño frente a su deseo de vengar el honor de la familia perdido en la Bahía de Cochinos. LA ESTATURA HUMANA DE LA REVOLUCIÓN Días antes, el sábado 20 de mayo, a la 1:30 p.m., un inusitado grupo de pasajeros descendió del vuelo 422 de Pan American en el Aeropuerto Internacional de Miami. Vestidos con el uniforme de enmascaramiento de la brigada mercenaria 2506, diez de sus miembros, prisioneros de las autoridades cubanas, llegaban limpios y rasurados al territorio de Estados Unidos sin escolta de ninguna clase. Los norteamericanos presentes en el aeropuerto miraban con curiosidad a los frustrados invasores. Un nutrido grupo de familiares los llamaban por sus nombres y pugnaban por acercarse, mientras las autoridades federales y de inmigración formaban un cerco para impedirlo. Waldo Castroverde Giol, paracaidista de la brigada, dijo en escuetas palabras que todos los prisioneros en La Habana están bien de salud. No habían sido maltratados en ningún momento y traían dos cajas grandes con cartas para los familiares. Añadieron que no podían brindar una conferencia de prensa. Fidel demandó al gobierno de Estados Unidos, que se había hecho responsable de la invasión, el pago de una indemnización consistente en 500 tractores. Cuba devolvería a Estados Unidos a los más de 1 000 prisioneros. Los delegados juraron al resto de la brigada invasora que regresarían a Cuba en 72 horas si no hallaban ambiente de solución y que se demorarían a lo sumo siete días si se formalizaba la transacción. Acostumbrados ya en pocos días a los gestos del Comandante en Jefe Fidel Castro, los prisioneros no se habían asombrado demasiado cuando en la madrugada del sábado anterior vieron aparecer en el hospital naval en construcción, donde provisionalmente guardaban prisión, al jefe del gobierno que ellos intentaron derrocar. Conversó con algunos grupos de los prisioneros antes de reunirse con la comisión elegida a instancias suyas. Ante las noticias, aquellos hombres se mostraban optimistas; algunos no podían ocultar su alegría y su respaldo a la propuesta de Fidel, la que les conferiría una libertad con la que no soñaron desde el momento de haber sido apresados cuando actuaban al servicio de una potencia extranjera. Pero Fidel había declarado que en la victoria la Revolución no empequeñecería su obra. El estado de ánimo lo resumió uno de los prisioneros, quien utilizó la expresión popular de que el gobierno de Estados Unidos estaba obligado a carabina, para significar que la iniciativa había creado desconcierto. El tratamiento generoso a los mercenarios prisioneros contrastaba con la propaganda de Radio Swan que hablaba de torturas a las que se les sometían en Cuba e incluso con el trato recibido en Miami. En el aeropuerto floridano no los dejaron hablar con los familiares. Los metieron apresuradamente en automóviles y fueron prácticamente secuestrados. Verdadero horror Ronald Suárez Rivas En medio de recuerdos difusos, Enrique Henríquez solo consigue precisar que era domingo y el cine estaba repleto. Junto a otros niños del barrio había ido a la matiné infantil, cuando alrededor de las tres de la tarde comenzó a ver llamas en la pantalla. "Al principio pensé que era parte de la película, pero enseguida nos dimos cuenta de que el cine estaba cogiendo candela".
Entonces, al tratar de salir cayó al suelo, y en medio del pánico y la confusión, varias personas le pasaron por encima. Cuando volvió a abrir los ojos al cabo de una semana sin conocimiento —y todavía con respiración artificial— producto de las lesiones sufridas, no recordaba nada, y los padres le dijeron que se había golpeado jugando en el barrio. Por ello no sabría en aquel momento que era una de las víctimas del sabotaje al cine Riesgo, en Pinar del Río, un suceso organizado por la CIA que estremeció a esta ciudad el 28 de mayo de 1961. "Yo estaba sentado con mi papá en la segunda planta, en un asiento junto a la escalera. Al iniciarse el fuego, fuimos de los primeros en tratar de salir", rememora Rolando Pacheco, otro de los testigos del incidente. Pero la única puerta, hecha de angulares de hierro y cristales, se encontraba cerrada, aumentando el caos y la desesperación. "Mi papá rompió uno de los vidrios y me alzó para que una persona que pasaba frente al cine me cogiera y me pusiera a salvo. Así sufrió una herida profunda en el brazo. "Después conocimos que el incendio había sido provocado por contrarrevolucionarios inescrupulosos, quienes regaron fósforo vivo debajo de la pantalla y las cortinas." "Nunca pensé que hubiera personas capaces de algo tan horrendo en un sitio lleno de niños", comenta Manuel Álvarez Trujillo (El Cubano), exoficial de la Seguridad del Estado participante en el caso. "Las investigaciones se iniciaron de inmediato. Un colaborador nuestro informó que un grupo de personas hablaban con satisfacción del hecho, como si hubieran sido los autores. "Se trataba de varios exmilitares de la dictadura, reclutados por la CIA, quienes se encontraban a la espera de armas para alzarse en las montañas pinareñas." El cruel sabotaje dejó como saldo 26 pequeños y 14 adultos heridos. "Fue un acto de terrorismo muy grande, porque era una función infantil y adentro casi todos éramos niños", asegura Enrique medio siglo después. "No hay dudas de que fue pensado para hacer daño en grandes proporciones", añade Pacheco. "Tras los sucesos de aquel día, en que yo tenía apenas cuatro años, viví durante mucho tiempo con miedo. Todavía hoy me sugestionan las aglomeraciones y cuando siento olor a humo, me parece que va a suceder una catástrofe. "Este hecho puso al descubierto el verdadero rostro del imperialismo norteamericano, cuya política genocida contra Cuba ha tenido tantas veces como blanco a la población indefensa." GRANMA
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