DILBERT REYES RODRÍGUEZ Granma.— Habían pasado dos años desde el histórico reencuentro de Cinco Palmas, aquel 18 de diciembre de 1956. Era imposible que al abrazarse otra vez con igual alegría —ahora en diciembre 17 del 58, en La Rinconada, Jiguaní, y tras nueve meses de separación—, los hermanos Fidel y Raúl no recordaran aquella coyuntura difícil después del desembarco del Granma.
En aquel entonces, la reunión de pocos hombres —sobrevivientes de la fatídica sorpresa de Alegría de Pío— y 12 fusiles, bastaron para afirmar que la guerra podía ganarse. Aquella proclamación había sido resultado más del optimismo y la fe en la victoria que de las condiciones objetivas; pero ahora, dos años después, era recordada como una frase visionaria, pues las sucesivas derrotas infligidas al enemigo después de la batalla de Guisa, la liberación de importantes poblados orientales y el avance incontenible sobre Santiago de Cuba, presagiaban el triunfo revolucionario. Precisamente para organizar el cerco a Santiago, fue que Fidel convocó a Raúl, Almeida y otros jefes a la Comandancia de La Rinconada. Un gran trecho de la Carretera Central entre Bayamo y la capital oriental era dominado por los rebeldes después de tomar Baire y con Maffo sitiado. Solo Jiguaní quedaba como bastión de la tiranía. Era vital entonces cortar ese posible puente de huída de "los casquitos" hacia Bayamo, por lo que se decide cercar estrechamente el poblado. No obstante, la desesperación obliga a los militares de Jiguaní a intentar escapar y así lo hacen la madrugada del 19 de diciembre por un camino secundario que atravesaba las sabanas de un paraje cercano conocido por San José del Re-tiro. Era imposible no chocar con algún punto del cerco rebelde. Al primer contacto y el tiroteo desencadenado, la tropa bajo el mando del bravo capitán Ignacio Pérez inicia la persecución de la caravana de militares que huyen. Caen ferozmente sobre la retaguardia enemiga, aunque en condiciones muy arriesgadas, por ser un terreno ganadero, demasiado llano para el combate a corta distancia. El hostigamiento de los barbudos provoca gritos agónicos de rendición entre los perseguidos. Sin embargo, la tregua solicitada escondía la traicionera intención de abrir fuego sorpresivo cuando los revolucionarios se acercaran. En efecto, una vez erguidos sobre sus posiciones, el propio capitán Ignacio Pérez y otros diez de sus hombres, incluido el casi niño de 14 años, Juan Pérez Olivera, cayeron abatidos por una ráfaga de ametralladora y el fuego cerrado de los viles soldados. La traición no hizo más que desencadenar una furia rebelde que en poco tiempo aplastó la resistencia enemiga, y esa misma tarde Jiguaní, punto importante por confluir en él la Carretera Central y la vía férrea rumbo a Santiago, ya era territorio rebelde, otro pueblo libre. No obstante, la satisfacción de la libertad conquistada se mezcló esa noche con el dolor por el combatiente y el amigo caído. En los corredores alrededor de la plaza del pueblo fueron tendidos los cadáveres del capitán Ignacio Pérez y sus diez compañeros. Fidel, Raúl, Celia, Vilma y otros altos jefes acudieron al tributo, personalmente les rindieron guardia de honor, y en el sepelio Raúl despidió el duelo con encendido discurso. Hacía dos años del abrazo de Cinco Palmas. De los tres campesinos que condujeron a Raúl y sus hombres a aquel encuentro con Fidel, uno había sido el jovencito Ignacio Pérez. Ahora, convertido en capitán, moría en combate dos días después de un nuevo reencuentro entre los dos hermanos, justo a las puertas de la victoria definitiva. El propio líder Fidel lamentaba el suceso en carta al padre Crescencio, imprescindible colaborador y amigo, y le transmite su decisión de ascenderlo póstumamente a Comandante: "Duele que haya muerto precisamente cuando el triunfo está a la vista y cuando él estaba resultando ser uno de nuestros oficiales más competentes y de mi mayor confianza. "Su nombre figurará en la lista de los comandantes de nuestro glorioso Ejército y nunca lo olvidaremos. Le diré solo que Ignacio era para todos nosotros un hermano y tal es el dolor que sentimos en este momento". A pesar de las sensibles pérdidas de aquel combate —al decir del Comandante Guillermo García: "uno de los más encarnizados y difíciles que sostuvieron las tropas bajo mi mando"—, la toma de Jiguaní, hace 55 años, fue otro paso firme y trascendental en el avance rebelde sobre Santiago de Cuba, justo por donde entró triunfante la Revolución el Primero de Enero de 1959. GRANMA
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