PASTOR BATISTA VALDÉS
A medias (si acaso) la supuesta libertad concedida a René González Sehwerert por parte de la justicia norteamericana tampoco cubre el fondo mínimo de alegría, para llevar completo júbilo a millones de personas en todo el mundo... no solo a cubanos. El otro castigo impuesto a él ("libertad supervisada" durante tres años, en el mismo suelo donde son acogidos terroristas como Luis Posada Carriles) es algo así como la transferencia de una penitenciaría relativamente pequeña (Marianna, Florida) hacia una prisión de gigantescas proporciones y sin límite de riesgo real para la vida: el imperio completo. René, en fin, sigue en cautiverio... excepto si la misma jueza que le negó la posibilidad de volver a Cuba reanaliza el asunto, tiene en cuenta el inmenso clamor internacional, actúa con sensatez y permite lo que por derecho y total sentido de humanidad merece el recién excarcelado cubano. De otro modo, René continuará arrastrando los imaginariamente reales grilletes de prisionero, ajustados a un extraño e inmerecido estatus que en la práctica lo convierte en rehén. Ante sus pies se abre el "sano ambiente" decidido por las autoridades judiciales y gubernamentales estadounidenses para imponer otros 1 095 días y noches de innecesaria "supervisión" sobre la vida de un hombre a quien confinaron y sentenciaron de forma arbitraria hace más de 13 años ya, junto a cuatro cubanos más, inocentes también y sometidos igualmente a excesivas y brutales condenas. Aquel es el "modelo ideal" de sociedad y de sistema que Estados Unidos exporta con aroma de futuro para el mundo entero: el que encarcela rápidamente a quien alerta o facilita información fidedigna acerca de los terroristas, mientras estos últimos andan sueltos y siguen tramando designios de muerte y destrucción. Estremece mirar la fotografía que circula por Internet del presidio Marianna. Ahí guardó absurdo encierro René. De allí salió en la madrugada de este 7 de octubre. Bajo una luna multinacional, esperaban por él sus queridos padres, las dos hijas, el hermano, su abogado Phillip Horowitz... Desde cualquier latitud o idioma es posible imaginar la intensidad de los abrazos, la presión de los párpados cerrados en ese instante, el ritmo cardiaco, las palabras entrecortadas o el abrazo en un breve minuto de silencio revelador de la separación. Y como expresión de más saña aún contra René, la cruel ausencia de dos rostros, dos cuerpos a los que atraer fuertemente contra el pecho, dos regazos donde realizar —por fin— el sueño de tantos soles: Olga, la esposa, amor irrenunciable, mitad de sí mismo; y la fiel e insustituible Irma, madre y compañera; nunca visadas por la irracionalidad imperial e insustituible aliento, también ahora, para seguir haciendo añicos la nueva farsa de una "libertad supervisada". GRANMA
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May 2016
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