Raquel Marrero Yanes Los motores del avión IL-18B, matrícula CUT-831 rugen, instante en el que corre por la pista del aeropuerto de Santiago de Cuba y despega. Son las 6:15 p.m. del 27 de marzo de 1966. El pájaro metálico, con 97 almas a bordo, cubre el vuelo 905 con destino a La Habana. Transcurridos unos minutos una ligera turbulencia sacude brevemente al aeroplano, aunque imperceptible para los pasajeros.
La nave vuela a 600 kilómetros por hora, mientras el destino va aproximando a los tripulantes hacia un desenlace dramático. Una tormenta pretende cerrarle el paso al cuatrimotor, pero extreman la concentración. La tripulación estaba compuesta por el piloto al mando, capitán Fernando Álvarez Pérez, persona de extraordinaria modestia; el copiloto Bruno Evans Rosales Bressler; el escolta Edor Reyes Martínez, a quien sus compañeros llamaban cariñosamente El Chino, y el ingeniero de vuelo, Ángel M. Betancourt Cueto, así como el sobrecargo mayor, Guillermo Figueroa Padilla, la aeromoza Blanca Amores Acuña, y el sobrecargo Humberto Díaz. Según reportes de posición el bimotor que volaba la ruta Camagüey-Habana notó al IL-18B algo desviado al norte y lo escucharon reportar a Radio Boyeros (La Habana), perdiéndose de vista momentos después. Faltando 3 minutos para sobrevolar Varadero, o sea, a las 7:52 p.m. se ha dicho que Betancourt se situó detrás de Edor y le asestó a traición un golpe con un black jack, que lo dejó agónico. No obstante, según testimonios, el criminal, temeroso, empuña una pistola y lo remata a quemarropa. Álvarez y Evans están atónitos con la sorpresa, no conciben lo sucedido, al ser Betancourt parte de la tripulación. El asesino, amenazando al capitán Álvarez, le ordena volar hacia Cayo Hueso. Aparentando acatar la orden el piloto enfiló rumbo a la Florida, mientras los pasajeros comienzan a impacientarse, y algunos sospechan que algo está sucediendo. En un instante, Álvarez ejecuta varias maniobras que Betancourt no percibe, hasta que gira rumbo a La Habana convencido del riesgo que corría. A las 8:20 p.m. los radares cubanos detectan que el avión volaba rumbo a La Habana. El asesino, al día siguiente, tenía planificado un vuelo a México. ¿Por qué no esperó? Todo demuestra la personalidad torcida de Betancourt y su ambición desmedida por obtener la calificación y todo el reconocimiento de la contrarrevolución miamense. Con la ejecución de varias maniobras y estableciendo comunicaciones en inglés, para despistar al traidor, logran acercarse cada vez más a la pista del aeródromo de Rancho Boyeros. Mientras esto ocurría, en la cabina de pasajeros alguien arengaba: ¡Hay que defender el honor de la Revolución hasta la muerte!, pensando que iban a aterrizar en Miami. Pero el plan no se cumplió. Después de varias horas de vuelo, solicitan permiso para aterrizar, comunicando que traían un grave problema a bordo. De inmediato le fue concedido. Sacan el tren de aterrizaje y se desplazan hasta que se acercan a la rampa. En ese momento es que el criminal se da cuenta de que fue engañado, pues realmente aterrizaban en La Habana; pero Betancourt, en el colmo de la desesperación, le dispara a bocajarro en el pecho al piloto. De inmediato el asesino acciona los aceleradores. Comienza a tomar velocidad nuevamente la nave hasta salir de la rampa, sin posibilidad de despegar. Cuando el avión se detuvo, el doble criminal le disparó al copiloto Bruno Evans Rosales, lo hirió y luego escapó por una ventanilla. Entonces, Edor Reyes yacía muerto sobre su propia sangre y Fernando Álvarez había sido asesinado en su puesto de trabajo; él en una ocasión había afirmado: "Avión que sale conmigo, regresa conmigo; para llevarme un avión que esté piloteando hay que matarme". Fue fiel a su palabra. GRANMA
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