A 85 años de su muerte
Raquel Marrero Yanes Los años pasan, y la historia se ocupa de colocar en su justo lugar a cada hombre. Carlos Baliño es uno de ellos, y constituye para los cubanos un ejemplo de revolucionario. Nacido en la localidad artemiseña de Guanajay, el 13 de febrero de 1848, este hombre era un gran amigo de José Martí, de quien fuera, además, un incansable colaborador en la tarea de reiniciar la lucha libertadora. Durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878), su padre colaboraba con las tropas mambisas, motivo por el cual le llegó el destierro a Baliño. Ya en territorio norteamericano, se consolidó su pensamiento de izquierda, caracterizado por ideas marxistas y socialistas. La compenetración con la clase obrera le permitió conocer y comprender mejor sus necesidades y reclamos. Tuvo, además, el privilegio histórico de suscribir junto a José Martí, en 1892, las bases del Partido Revolucionario Cubano, organización que aglutinaría a los patriotas para organizar la guerra de 1895. Tras largos años de exilio, en 1902 Baliño regresa a la Patria. Aquí dirigió el Club de Propaganda Socialista y la Agrupación Socialista de La Habana. En esas actividades conoció a Julio Antonio Mella, líder estudiantil, con quien mantuvo estrechos vínculos. Con el tiempo la amistad entre estos dos valiosos hombres fue creciendo. Juntos organizaron la Universidad Popular José Martí, y el 16 de agosto de 1925, integraron la vanguardia que hizo posible el surgimiento del Partido Comunista de Cuba, durante el gobierno de Gerardo Machado. Carlos Baliño, uno de los líderes más experimentados de su época, murió el 18 de junio de 1926. Con su fallecimiento, el movimiento revolucionario perdió a una de sus figuras más importantes, de pensamiento martiano y marxista. GRANMA
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