Ruperto Jay Matamoros, centenario
MARTA ROJA [email protected] Hace 100 años nació Ruperto Jay Matamoros en una pequeña finca que laboraba su familia en San Luis, Santiago de Cuba, antigua provincia de Oriente. El nombre de la finca no podía ser más significativo: La Mariana. Decían por allá que la nombraron así en honor de Mariana Grajales. El pintor naif más importante de Cuba arribó al mundo el 27 de marzo de 1912. Entre lomas y campos verdísimos en aquella primavera, había un riachuelo cerca de su casa. Seguramente en esas aguas pensaba cada vez que la incorporaba a algunos de sus famosos cuadros, en su mayoría dispersos por el mundo, aunque el Museo nacional de Bellas Artes ha podido atesorar algunos, así como amigos y otros coleccionistas privados. Aunque casi todos representan al hombre, la casa, el campo y la flor, Jay Matamoros pintó marinas. En la sala del hogar de Alejo Carpentier y Lilia Esteban, en el Vedado había una pequeña hermosa marina de Jay Matamoros, justo a la entrada, como para que todos la vieran. Era raro este santiaguero rural que un día dio un salto de garrocha a La Habana en busca de nuevos horizontes: la pobreza del campo y su afán incontenible de superación lo motivaron. "Empecé a pintar siendo niño, nací con un pincel en las manos. La colita del puerco sacrificado cada Nochebuena fueron mis primeros pinceles, hasta que ya fui un joven": Son sus palabras, me las dijo un día que me propuse romper su estricta norma de privacidad y tocar a la puerta de su apartamento en el Vedado para hacerle una entrevista. Me entreabrió la puerta su esposa y él, parado en medio de la amplia sala, le dijo que me dejara pasar. Así entré a ese templo, pocos espacios de las paredes estaban vacíos. Sus cuadros las cubrían. ¿Cómo era eso de la colita del puerco, macho, había dicho él, a la usanza santiaguera? "Las pinturas las preparaba yo mismo, con zumo de semillas de aguacate, tierra, ceniza de los hornos de carbón y otros sedimentos que la leña quemada deja en ellos, y cuanto diera color o blanco en la naturaleza donde vivía". ¿Y los lienzos o el cartón? "¿Lienzos? Las yaguas que mi padre, oriundo de la Dominica Francesa, cortaba para construir o reparar la casa que había que agrandar pues yo soy el séptimo de un matrimonio que tuvo 12 hijos; mi madre, bayamesa de cepa, fue una matrona ejemplar". En 1936 se traslada a La Habana para superarse "en mi arte desde niño", son sus palabras, y mejorar la situación económica. El primer empleo lo encuentra en una casa de huéspedes y cada día, después de su jornada laboral, va a una platería a aprender el oficio que le parece más provechoso. En ese periodo de aprendizaje es cuando lee una convocatoria al Estudio Libre de Pintura y Escultura, creado por el pintor y caricaturista Eduardo Abela. Para entonces se ganaba la subsistencia como sirviente: "Yo era un negro sirviente, pero decente y tenía y tengo esta rareza, mírame, los ojos azules. Eso me sirvió, era bastante raro y llamaba la atención. Ah, y siempre espigado y limpio, por dentro y por fuera". Fueron sus palabras. 1959: CAMBIO DE VIDA "Yo era leído y escribido", bromea, "como se decía popularmente tratándose de negros con alguna ilustración". Su primer empleo público, que duró hasta su hora de fama y la trascendió, lo encontró en el Ministerio de Justicia del Gobierno Revolucionario, como empleado de oficina, lo nombró en el puesto el doctor Alfredo Yabur que había sido presidente de la Asociación de Alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba. Siempre trabajó en cosas ajenas a su arte, pero sin dejarlo, ni tampoco desvincularse de sus amigos: Portocarrero, Martínez Pedro y Mariano Rodríguez avalarían con sus nombres los méritos artísticos de Jay para el ingreso de este en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Así participa en el Primer Congreso de la institución. Nadie discute la jerarquía de Jay Matamoros en las artes plásticas cubanas de proyección universal. Merecidamente fue condecorado con la Orden Félix Varela y se le concedió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Genio y figura, en aquel encuentro inicial que sostuvimos, me dijo: "Soy renuente a las entrevistas y tampoco me agrada que mi obra sea fotografiada y ande por ahí sin uno saberlo. Considero un robo que mis cuadros se reproduzcan. Pero, sin embargo, no puedo ocultar mi orgullo cuando me dicen que alguna de mis pinturas aparece en un Museo famoso, o la tiene el coleccionista tal o mas cual, o que un amigo aún la conserva. Pero, sobre todo, las quiero en el Museo, aunque por razones de la vida haya tenido que vender algunas". Nunca olvidaré dos cuadros que definían su perfil patriótico: un retrato de Juan Gualberto Gómez y otro del Che constructor. En un catálogo del Museo Nacional de Bellas Artes sobre una muestra personal suya, aparecen estas palabras que quisiera compartir con los lectores a manera de homenaje: "Jay Matamoros es un pintor hedonista, sensual, de cubanísima cepa, de frescura impar, de imagen sencilla y viviente. Pero quizás la mayor singularidad de su maravillosa aventura radique en haber logrado que el paisaje cuente la historia de Jay Matamoros y que Jay Matamoros cuente su propia historia en el paisaje". GRANMA
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April 2016
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