CINCUENTENARIO DEL ASESINATO DE KENNEDY GABRIEL MOLINA FRANCHOSSI Las grabaciones de las conversaciones en el avión que condujo a Washington el cadáver del presidente Kennedy recientemente revelaron que el general Curtis le May, jefe del Estado Mayor de la Aviación, estaba en ese vuelo, pero su presencia fue encubierta. Le May y el también general Lyman Lemnitzer intentaron un golpe de Estado en junio de 1962 que fue ocultado a la opinión pública. El golpe fue aplazado hasta el 22 de noviembre de 1963. Recién proclamado nuevo presidente, Lyndon Johnson intercambia miradas y sonrisas con el congresista Albert Richard Thomas al prestar juramento ante la jueza Sarah Hugues y Jacqueline Kennedy . En la noche anterior al magnicidio, declaró: “Esos malditos Kennedy nunca más volverán a ser un problema para mí”.
La información sobre el vuelo fue hallada entre los papeles del general Chester Clifton, principal asesor militar de Kennedy. Según el Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que publicó la cinta en Internet, un asistente trataba a todo precio de interrumpir las transmisiones del avión presidencial Air Force 1 y comunicarse con Le May. En la primera versión de esas cintas se tomó cuidado en no mencionar al jefe de la aviación, lo cual levantó más recelos sobre el magnicidio y las actitudes de Le May, uno de los más belicosos adversarios de JFK.
La confrontación de los jefes del Estado Mayor y la CIA con Kennedy comenzó el 18 de abril de 1961, cuando el almirante Burke y el general Lemnitzer presionaron a JFK para bombardear a Cuba y revertir la difícil situación de los invasores. (1) Durante la crisis de los misiles en 1962 Le May abogaba por un golpe nuclear preventivo, hasta insultar virtualmente al Presidente: "¡Apesta como la cobardía de Neville Chamberlain! Sería casi tan malo como el apaciguamiento de Munich". (2) El jefe de la aviación se refería al incidente del padre de Kennedy cuando era embajador en Londres y fue acusado de aconsejar al primer ministro inglés que cediese Checoslovaquia a Hitler en 1938 para apaciguarlo. Joseph Kennedy fue separado de su puesto ante las críticas. Le May alegaba que la URSS no haría nada para impedir una acción militar directa e inmediata. Contaba con el apoyo de todos los jefes de los cuerpos armados, incluso del jefe del Estado Mayor Conjunto, general Maxwell Taylor, nombrado por Kennedy en lugar de Lemnitzer para tratar de contener sin éxito a los otros militares. A pesar de todo, JFK se negó a bombardear e invadir a Cuba, pues le inquietaba que la reacción soviética podría conducir a una guerra nuclear. Le May calificó esa crisis como la más grande derrota en la historia de Estados Unidos. Unos días antes Lemnitzer y Allen Dulles, director aún de la CIA, habían propuesto en una reunión del Consejo de Seguridad realizar un ataque nuclear sorpresivo contra la URSS. El Presidente salió molesto de la reunión, según su asesor Athur Schlesinger. Lemnitzer actuaba asociado a Le May desde que en junio de 1962, cuatro meses antes de la crisis de los misiles, fuera reemplazado por encabezar un complot para derrocar al Gobierno. Subordinado a Eisenhower en la II Guerra Mundial y considerado un héroe, había sido ascendido por JFK, al tomar posesión en 1961, de jefe del ejército a jefe del Estado Mayor Conjunto. A las 8 de la noche fue citado a una reunión en La Casa Blanca, pues "el Presidente había hecho un chocante descubrimiento: su Jefe del Estado Mayor Conjunto complotaba para derrocar al Gobierno y reemplazarlo por una maldita junta militar". (3) La reacción de Lemnitzer en la reunión fue acusar a Kennedy de haber perdido el respeto a la nación y conducido el país al filo del desastre, por sus políticas con la Unión Soviética. The New York Ti-mes publicó días después que Kennedy ordenó a agentes del FBI tomar las oficinas de los jefes militares en el Pen-tágono. El Presidente prefirió no denunciar el complot públicamente, a cambio de la re-nuncia de Lemnitzer a la jefatura del Estado Mayor. Taylor fue designado en su lugar y el altanero general asumió la jefatura militar de la Organización del Tra-tado del Atlántico Norte. La sedición fue ocultada y negada —se adujo— porque "el acosado Kennedy no quería mi-nar más la confianza en su Gobierno". (4) La presencia de Le May en el avión presidencial ha sido señalada como muestra de connivencia con el nuevo presidente Lyndon B. Johnson. El hecho se vincula a los crecientes enfrentamientos de los Kennedy con Johnson y la cúpula militar y de inteligencia, agudizados en 1963. Ya iban a denunciar las corruptas conexiones políticas y administrativas del tejano Billie Sol Estes, un millonario que financiaba a Johnson y fue sancionado por los tribunales después de ser investigado por Robert Kennedy como Fiscal General. Estes declaró que el Vicepresidente lo obligó a silenciar los negocios sucios que hacían juntos. Los hermanos habían decidido dejarlo fuera de la candidatura en los comicios de 1964, por la información que Robert había amasado sobre los corruptos asuntos de Johnson. Según Madeleine Duncan Brown, amante de Johnson, el 21 de noviembre el Vicepresidente asistió a una fiesta privada en casa del magnate petrolero de Dallas Clint Murchinson, donde Johnson le dijo una frase enigmática: "A partir de mañana esos malditos Kennedy nunca más serán un problema para mí". (5) El conocido investigador Carl Oglesby ubicó siempre a Johnson como el más beneficiado con el crimen y califica la reunión en esa víspera del crimen como coordinación final del magnicidio en su obra The Yankee Cowboy War. La señora Brown concedió una entrevista de 80 minutos al autor Robert Gaylon Ross sobre sus 21 años de relaciones con Johnson y las revelaciones que han sido bastante ignoradas por los medios. Hasta su muerte en el 2002, ella nunca mostró hostilidad hacia Johnson. Oglesby brinda una lista de los asistentes a la reunión, todos personajes que odiaban o se oponían a los Kennedy, presuntos autores intelectuales del crimen que el 22 de noviembre cumplirá 50 años sin castigo. El principal es el director del FBI, J. Edgar Hoover, a quien Robert Kennedy consideraba un chantajista, socio en negocios de Meyer Lansky y amigo del gángster Frank Costello, a través del cual ganaba apuestas en las carreras de caballos. Por eso negaba la existencia de la Cosa Nostra; también se hallaban en la fiesta Allen Dulles, exdirector de la CIA, Richard Nixon, ex vicepresidente, y los tejanos John Connally, exgobernador del Estado, el millonario petrolero H. L. Hunt, John J. McCloy, el general Charles Cabell y su hermano, el alcalde de Dallas, Earl Cabell. Este último cambió, por su cuenta, el recorrido de la caravana del Presidente, lo que facilitó la tarea a los tiradores. Robert estaba preparado para usar este arsenal cuando decidió romper con la tradición de no retar a un miembro de su propio partido en funciones de Presi-dente del país, al lanzar su candidatura en las elecciones primarias de 1968, en la cual Johnson aspiraba a reelegirse. Por-que LBJ no solo dio marcha atrás a la decisión de JFK de ir reduciendo la guerra con Vietnam, sino que la incrementó y se negó a mejorar las relaciones con Cuba, como Robert le planteó cuando asumió la Presidencia. Algo semejante a las acciones de Johnson realiza ahora Obama cuando insiste en atacar a Siria y mantiene el asedio a Cuba, pese al legado de JFK, que le confió su hija Caroline el 27 de enero del 2008 en las primicias del partido demócrata. Ella publicó en The New York Times el artículo titulado Un presidente como mi padre, que terminaba enfáticamente: "Nunca he tenido un Presidente que me inspirase en la forma en que la gente me decía que mi padre los inspiraba a ellos. Pero por primera vez yo creo haber hallado al hombre que podría ser ese Presidente; no para mí, sino para una nueva generación de norteamericanos". Fue esa la primera y única vez que la hija de Kennedy endorsó a un candidato a la Presidencia. El senador Edward Kennnedy a continuación se pronunció también por Obama para inclinar la balanza, hasta entonces favorable a Hillary Clinton, hacia el prometedor afroamericano. Pero ahora, aliándose a grupos insanos, Obama complace a las fuerzas guerreristas y a los ultraconservadores cubanoamericanos que, de acuerdo a las investigaciones de Robert Kennedy, fueron cómplices o participaron en el magnicidio, que se precipitó, entre otras razones, porque la CIA conoció cómo su hermano estaba apurado en normalizar las relaciones con Cuba. Los Kennedy estaban atacando a la filosofía de la guerra que en ese momento se proyectaba con más fuerza en Cuba y en Vietnam. Una reciente revelación es la investigación de David Talbot, quien mostró cómo Robert Kennedy, desde que conoció del atentado, sospechó que la CIA, la mafia ítaloamericana y los pandilleros cubanoamericanos fueron los magnicidas, porque los conocía en los últimos años de muy cerca, y se dispuso a demostrarlo, cuidándose de no mostrarlo hasta que pudiese estar al frente del Gobierno, porque comprendía que estaba frente a un enemigo muy poderoso. Por eso lo asesinaron en 1968. En esencia esa es la conclusión a la que llegó en 1978 el Comité del Congreso cuando orientó continuar las investigaciones. No es por azar que los más públicos defensores del grupo de mafiosos cubanos, sospechosos de haber participado en aquella conjura, sean respaldados en eludir la justicia por Ileana Ros-Lehtinen, Mario Díaz-Balart y un grupo de congresistas financiados con los recursos que el Gobierno les concede en nombre de la libertad. Obama parece olvidar que, recién electo, esos ultras se negaron a recibirlo. La Ros fue más lejos al negarse a escucharlo por teléfono. Ese grupo, apoyado por el lobby judío y el complejo militar industrial, mantiene secuestrada la política hacia Cuba. (1) Granma . 26-4-11. (2) James W. Douglas. JFK and the Unspeakable. Simon & Schuster. New York, 2008. pp. xxiv, 21-22. (3) David Talbot. Brothers. Simon & Schuster. New York, 2007 p.145. (4) Ibid p.349. (5) William Reymond. Le Derniere Temoin (El último testigo), Editions Flam-marion. París 2003, p. 259. GRANMA
0 Comments
Your comment will be posted after it is approved.
Leave a Reply. |
Archives
April 2016
|