Juan Gualberto Orta Trujillo
A medida que se acerca abril se agolpan en la memoria recuerdos imborrables de tantos años dedicados por entero a la defensa de nuestra querida Patria, noble causa a la que nos entregamos con verdadera pasión desde muy jóvenes sin medir el peligro, las vicisitudes ni los sacrificios personales que ello conllevaba. Al igual que muchos de mis contemporáneos, nací en una colonia cañera del central Jaronú, hoy Brasil, en Esmeralda, Camagüey. Allí transcurrió toda mi infancia y buena parte de mi juventud. De hecho, al vencer el Tercer Grado, tuve que acogerme a otra escuela: la de la mocha, el surco y la carreta. Participé activamente en la lucha insurreccional y tras el triunfo de enero de 1959, cumplí innumerables tareas para consolidar el poder revolucionario, entre las que recuerdo con mayor placer la fundación de la Granja del Pueblo Rodolfo Ramírez Esquivel, en la zona conocida como La Tomatera, en Florida. Estando allí es que Jorge Enrique Mendoza, en ese entonces director provincial del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), decide enviarme al segundo curso de la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas donde, ya próximo a concluir, me sorprende la invasión mercenaria de abril de 1961. Recuerdo que el día 14 nos dieron pase. En lo que llegué a mi casa, que quedaba a cuatro kilómetros de Lombillo, en un pequeño batey nombrado La Juanita, ya estaban transmitiendo los partes de los bombardeos a los aeropuertos en el amanecer del día 15. Solo me dio tiempo a dejar la ropa sucia, cambiarme y regresar en lo que pudiera. Ya esa misma noche del 15 estaba de vuelta en la escuela que ya estaba en zafarrancho de combate. Así pasamos todo el día 16. Se sabía lo que venía en camino de un momento a otro. Cuando se da la alarma, ya estábamos listos para cumplir cualquier misión. Los pocos que lograron conciliar el sueño lo hicieron con los uniformes y las botas puestos. Y es así que al amanecer del día 17 todo aconteció a una velocidad inusitada: nos agenciamos los camiones en la propia carretera, organizamos la caravana, partimos a toda marcha en dirección sur y ya alrededor de las 11 de la mañana habíamos tomado Pálpite, un enclave estratégico dentro del teatro de operaciones. Se dice rápido, pero hubo que avanzar bajo el asedio constante de la aviación enemiga, que ametrallaba y bombardeaba sin compasión a lo largo de la única ruta por donde podíamos adentrarnos en la Ciénaga. Allí sufrimos la pérdida de varios compañeros entrañables. En horas de la tarde, Fidel ordenó continuar el avance y tomar Playa Larga, misión que es encomendada a nuestro batallón de la Escuela de Responsables de Milicias. Al oscurecer iniciamos la marcha bajo hostigamiento del enemigo, que había tenido tiempo de ocupar posiciones ventajosas y contaba con tanques y cañones. El combate se generaliza cerca de la medianoche. Hubo momentos en que nos veíamos las caras, de tan cerca que estábamos los mercenarios y nosotros. Como a las dos de la madrugada entraron en combate la Columna Uno del Ejército Rebelde y el Batallón de la Policía Nacional Revolucionaria abriéndose paso a tiro limpio, mientras nosotros les dábamos cobertura. Fueron ellos los que, con su empuje, coronaron la toma de Playa Larga. Una vez cumplida esa misión, Fidel decide sacar a nuestra unidad del frente y sus efectivos son trasladados al Central Australia, para cumplir tareas de protección y de abastecimiento de las tropas. Allí recibimos la noticia de la derrota definitiva de la brigada mercenaria. Tras anunciar la victoria, el Comandante en Jefe le dijo al entonces capitán José Ramón Fernández, nuestro director, que él consideraba que ya nosotros estábamos graduados y le propuso que regresáramos cuanto antes a las provincias, pues po-dían esperarse del enemigo nuevos actos de agresión. A ese empeño dediqué, desde entonces, lo mejor de mí, no solo en el fortalecimiento de la capacidad combativa de las unidades regulares enclavadas en tierra camagüeyana, sino años más tarde en la constitución de los primeros regimientos de las Milicias de Tropas Territoriales. Ahora, ya con 78 años, estoy vinculado a las brigadas de producción y defensa de la comunidad, siempre al servicio de la Revolución. Yo estoy jubilado, pero no retirado. GRANMA
0 Comments
Your comment will be posted after it is approved.
Leave a Reply. |
Archives
April 2016
|