Un Día Como Hoy
Marta Rojas Existía cautelosa expectación en Santiago de Cuba. Ya se sabía que los moncadistas iban a ser conducidos al juicio a celebrarse en la Sala Primera o del Pleno, de la Audiencia de Oriente, en el Palacio de Justicia. El anuncio decía simplemente que el 21 de septiembre se ventilaría la Causa 37 de los Tribunales de Urgencia por el asalto armado del 26 de julio del presente año. Sin embargo, a lo largo de la carretera entre el poblado de Boniato, enclave de la cárcel donde guardaban prisión preventiva los encartados, y la entrada de la ciudad, había mucha gente a un lado y otro de la vía, y no pocos de esos "curiosos" (se supo pronto en toda la ciudad) aplaudieron a los revolucionarios que iban a ser juzgados. Al llegar los introdujeron por la puerta trasera fuertemente custodiados y atravesaron el patio central del edificio recién construido. Cuando la fila de presos políticos llegó a la escalera por donde los introducirían en la Sala del Pleno, el ejército nos desalojó a todos los presentes (familiares, abogados, periodistas y personal de la audiencia) que estábamos en el balcón de la terraza interior, desde donde los veíamos. Los guardias instaban con dureza a que cada quien ocupara su puesto. Serían las 8:15 u 8:30 de la mañana. A todos los asaltantes los llevaron esposados a la Sala de Justicia. El ruido metálico que sobresaltó al público había sido producido por las cadenas cromadas que aprisionaban sus muñecas. Fidel hizo un alto para tratar de hablarle al tribunal y los guardias, en actitud de zafarrancho de combate, rastrillaron sus armas. Habría unos doscientos de ellos dentro de la Sala del Pleno, pasillos y terraza y muchos más en el edificio. Sumando los efectivos en los alrededores del Palacio de Justicia, con sus calles adyacentes más áreas del Moncada, por su cercanía, alcanzaba el número de 600 soldados y policías. Al entrar a la sala entre una pareja de oficiales, el doctor Fidel Castro, principal encartado, llamó la atención al tribunal chocando una con otra las esposas que mantenían sus manos cautivas. Luego extendió los brazos y señalando con ellos al grupo masivo de sus compañeros que habían entrado al local minutos antes que él, pidió la palabra: —Con la venia... –comenzaba a decir, cuando con la culata de los rifles los custodios a su alrededor tocaron imperativamente el suelo, instando a que se callara y permaneciera en su puesto. Él continuó hablando. Su voz limpia y firme estremeció a los presentes: —¡Señor presidente, señores magistrados, quiero llamarles la atención sobre este hecho insólito!... ¿Qué garantías puede haber en este juicio?, ni a los peores criminales se les mantiene en una sala que pretenda ser de justicia en estas condiciones, no se puede juzgar a nadie así esposado, esto hay que decirlo aunque... Repetidos timbrazos lo interrumpieron. El Presidente de la sala dictó: —Esta vista del juicio se suspende hasta que les quiten las esposas a los acusados. Quedaba encargado el teniente Camps, jefe de la escolta, de ordenar que se cumpliera el requisito. Fidel había obtenido la primera victoria en las condiciones más extremas. La segunda de ese día sería la obligada aceptación de su reclamo, como abogado, de asumir su propia defensa, lo cual tuvo que ser aceptado, pues otros detenidos, también abogados, integrantes de partidos políticos de la oposición, aunque nada tuvieron que ver con los hechos del Moncada, habían reclamado ese derecho y les fue validado. Pero primero tendría que ser interrogado en su calidad de acusado. Con él serían 26 los abogados de la defensa en el juicio. Durante el largo interrogatorio, el doctor Fidel Castro asumió toda la responsabilidad de la organización y ejecución de los hechos del 26 de Julio. Concluido el examen por parte del Fiscal y los magistrados del Tribunal, este, según el procedimiento, les dio la palabra a los abogados para que "el principal encartado" aclarara las responsabilidades o no, de los acusados a quienes representaban. El doctor Ramiro Arango Alsina (1) un abogado, incluido en la Causa 37, como supuesto portador de un millón de pesos para costear el Movimiento Revolucionario y por tanto acusado de ser el autor intelectual de los hechos, le preguntó a Fidel, un día como hoy hace 60 años: —¿Pertenezco yo a ese Movimiento? —No –respondió Fidel. —¿Entonces no he sido autor intelectual de esta Revolución? –insistió. —Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser autor intelectual de la Revolución, por que el único autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí, el Apóstol de nuestra independencia –respondió enfático el doctor Fidel Castro. Cuando ningún otro abogado solicitó la palabra para formular preguntas sobre su defendido, el Tribunal hizo valer el derecho de que el abogado Fidel Castro pasara al escaño de los letrados. Un auxiliar de la sala, conocido como el Indio, buscó con otro compañero una toga que pudiera servirle, y en su condición de abogado Fidel vistió la toga del doctor Eduardo Sabourín (2) uno de los más jóvenes letrados de la Audiencia, un mulato santiaguero que tenía una com-plexión casi idéntica a la de Fidel y acababa de terminar un juicio en otra sala, de manera que no necesitaba su toga y estaba como oyente en esta. Durante las horas que siguieron hasta pasada la una de la tarde Fidel, de acusado, se había convertido en acusador, y así fue hasta que lo retiraron del juicio en el Palacio de Justicia. El 16 de octubre sería llevado a otra sala, pequeña y aislada en el Hospital Civil, donde pronunció su alegato que hoy se conoce como La Historia me Absolverá, la obra política revolucionaria y jurídica más importante de Cuba, que trascendió al siglo XXI, en América. (1) Ramiro Arango Alsina, estaba estrechamente vinculado al expresidente Prio pero no tuvo que ver en absoluto con el Movimiento Revolucionario. Reside en Miami. (2) El doctor Eduardo Sabourín, compañero y amigo del doctor Baudilio Castellanos, defensor de casi todos los moncadistas. Ambos fallecidos. GRANMA
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