GABRIEL MOLINA Un grupo formado en el gobierno de Estados Unidos después de la derrota de Playa Girón para determinar las razones del fracaso y qué hacer acerca de la Revolución cubana, elevó su informe final a la Casa Blanca el 13 de junio de 1961. La conclusión era temible: debía removerse a Fidel Castro. El general Maxwell Taylor había sido designado asesor militar de la Casa Blanca y se le encargó dirigir el grupo secreto, con Allen Dulles, Robert Kennedy, el coronel J. C. King y el almirante Arleigh Burke. No podía esperarse nada diferente, ya que no se incluyó a nadie que representase ni siquiera un punto de vista parcial. Kennedy pudo haber tomado en cuenta opiniones como la del senador Mike Mansfield, quien en un memo señaló que si se caía en dar rienda suelta a la rabia por el fracaso, se fortalecería la posición de Fidel Castro.
Mansfield recomendó un gradual cese del compromiso con los grupúsculos cubanos, resistir a quienes presionaban para actuar directamente contra Cuba, cesar los ataques verbales contra funcionarios del Gobierno de la Isla y dar ayuda a la región. Sin ella —agregó—, las ideas de Fidel Castro se impondrían. Pero el presidente estaba demasiado rabioso. Lejos de eso, Kennedy había preguntado al hombre que recomendó la invasión, quien además había sido su socio y cercano rival en las elecciones presidenciales: ¿Qué haría él ahora en Cuba? "Yo buscaría una cobertura legal propia y seguiría adelante —respondió Richard Nixon sin titubeos—, hay distintas justificaciones que pueden ser usadas, como proteger a los ciudadanos americanos que viven en Cuba y defender nuestra base en Guantánamo". (1) La estrategia adoptada fue casi la de Nixon: continuar como hasta entonces. Por tanto, ampliaron la acción encubierta, las maniobras diplomáticas y económicas; y no rompió en pedazos la CIA como amenazó, solo la reorganizó y su impúdico poder quedó intacto. El canciller Dean Rusk pidió apoyo a los aliados europeos en la reunión de los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) efectuada en Oslo, Noruega, para contrarrestar —argumentaba—, el peligro que representaba Cuba. Los cancilleres de Francia, Canadá y Gran Bretaña declararon que se estaba exagerando ese peligro y Kennedy decidió viajar a tales países para discutir ese y otros problemas con el presidente Charles De Gaulle y los primeros ministros Harold Mc. Millan y John Diefenbaker. En la decisión pesó un mensaje del primer ministro soviético, Nikita Jruschov, quien de repente respondió afirmativamente a su carta de febrero, en la cual le proponía reunirse en territorio neutral. Kennedy pensó que la invasión de Cuba en abril había frustrado su iniciativa de febrero. Así había ocurrido en 1960, cuando el U-2 de Gary Powers, que espiaba el territorio soviético, fue abatido y malogró la reunión Jruschov-Eisenhower. Sin embargo, el método no convencional utilizado por Robert Kennedy para retomarla dio resultado. El hermano del presidente hizo el 9 de mayo, casi 20 días después de la invasión, una nueva propuesta, no oficial, a un corresponsal soviético en la Casa Blanca, Georgi Bolchakov, oficial de la KGB con gran reputación. Obtuvo una respuesta positiva de Moscú, que viabilizó usar el canal oficial, el embajador Thompson. Viena fue escogida como sede del encuentro, que comenzó el sábado 3 de junio en la embajada de Estados Unidos en Austria. Según Schlesinger, pensaba que no había condiciones en ese momento para el desarme, pero sí para reducir las pruebas nucleares y dejar solo las subterráneas. Discutieron también sobre Berlín, que como revelan Hinkle y Turner fue una razón importante en la decisión de Kennedy de no involucrar a su gobierno con una participación directa de sus fuerzas armadas en la agresión de Bahía de Cochinos. El tema alemán, que fue también producto de la Guerra Fría, continuaba perfilándose como un peligroso desacuerdo, pues Jruschov amenazaba con firmar un tratado de paz con la República Democrática Alemana, que pondría fin a los acuerdos de la Segunda Guerra Mundial y a la presencia de Estados Unidos, Inglaterra y Francia en Berlín. La capital del país vencido había quedado enclavada tras los acuerdos de los cuatro grandes (Estados Unidos, Unión Soviética, Francia y Reino Unido), en pleno territorio de Alemania oriental, y devino una vidriera, donde fuertes inversiones, acompañadas de astuta propaganda, atraían el éxodo hacia Alemania Occidental. No hubo acuerdo. En relación con el tema Cuba, Robert Kennedy había expresado a Bolchakov que el Presidente no deseaba tratarlo en Viena... (2) Kennedy consideraba que la derrota de Girón —que ya trataba de revertir— y el vuelo de Gagarin al espacio, ambos en abril, lo ponían en una posición desventajosa. De todos modos, Jruschov abordó el tema y JFK contestó que había hecho apreciaciones falsas en la cuestión de Bahía de Cochinos. "Tenía que calcular lo que haría la Unión Soviética, lo mismo que Jruschov tenía que calcular lo que haría Estados Unidos. Si consiguiéramos tan solo reducir el margen de error posible que va implícito en tales cálculos, nuestras dos naciones podrían sobrevivir al período de competición sin una guerra nuclear... Muy bien —contestó Jruschov—. Pero como no podríamos resolver nada mientras los Estados Unidos consideren la revolución, en cualquier lugar que se produjera, resultado de una conjura comunista, son los Estados Unidos mismos los que provocan las revoluciones al sostener a los gobiernos reaccionarios. (3) El dirigente soviético añadió en su respuesta que él mismo no nació comunista, eran los países capitalistas los que le habían convertido al comunismo y que la hipótesis de Kennedy de que la revolución era consecuencia de la intervención soviética era peligrosa, pues después de todo eran los Estados Unidos los que habían sentado el precedente de la intervención. Kennedy comentó después en privado que la reunión fue sombría en general, pues al final de las pláticas, Jruschov declaró: "Quiero la paz, pero si ustedes quieren la guerra es asunto suyo". La atmósfera de la reunión fue difícil, pero útil para ambas partes, como lo demostraron posteriormente los acontecimientos. (1) Warre Hinkle & William Turner. The fish is red. Harper & Row. New York. 1981, p. 97. (2) Aleksandr Fursenko & Timothy Naftal. One Hell of a Gamble. Norton. 1997, p. 119 y 114. (3) Arthur M. Shlesinger. Los Mil días de Kennedy. Ayma. Barcelona 1966, p. 269. GRANMA
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