Una investigación sobre el combate de Jimaguayú revela detalles de la muerte de Ignacio Agramonte
Raquel Marrero Yanes Sobre las circunstancias de la caída en combate del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz existen disímiles interpretaciones. Hay quienes la tildan de absurda, imprudente, caprichosa¼ ; critican su actitud y evalúan superficialmente lo acontecido en Jimaguayú el 11 de mayo de 1873. Entre los principales cuestionamientos de esta índole está el de calificar el combate como una escaramuza; que Agramonte abandonó el puesto de general para ocupar el de soldado y otros más severos que dicen que fue víctima del fuego de los suyos, e incluso, de manos de un traidor. Investigaciones realizadas recientemente revelaron las circunstancias en que se produjo la muerte de El Mayor, y dieron como resultado la publicación, en el año 2007, del libro Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú, de la Editorial de Ciencias Sociales. Uno de los autores fue el doctor en Ciencias Históricas Roberto Pérez Rivero, quien expone a Granma algunos puntos de vista acerca de cómo ocurrió la muerte de Agramonte. El combate de Jimaguayú, a diferencia de otros que libró el propio Agramonte fue concebido y preparado desde el día anterior, la idea del jefe camagüeyano era atraer las fuerzas del enemigo al fondo del potrero, para cruzarlo con el fuego de la infantería y cargar con la caballería, pero el combate se inició no como lo deseaba. Mientras el intercambio transcurría, cuenta Pérez Rivero, Agramonte se movía, observaba y emitía indicaciones; hasta que en un momento dado, desde un punto de observación al fondo del potrero, debió decidir el fin de la hostilidad. Es razonable suponer que cabalgara hacia el centro del potrero para asestar una carga sorpresiva, como dijera Martí, para salvar a sus compañeros fugitivos, y luego salvarse él. En esta ocasión, desafortunadamente, fue blanco de un disparo a corta distancia, procedente de una compañía de infantería enemiga. Un proyectil lo alcanzó en la sien derecha, le salió por el parietal izquierdo y le causó la muerte instantáneamente. No hay nada raro ni misterioso en eso; forma parte de las posibilidades que encierra cada combate, máxime cuando los oficiales insurrectos cargaban al frente de sus hombres. Versiones relacionadas con la muerte de Agramonte hay muchas, pero la mayoría son descartadas por poco probables si se considera el lugar en que cayó y las características de la herida descrita en el reconocimiento forense, de aquel entonces. El cuerpo de El Mayor quedó inerte en la alta hierba de guinea. Todo parece indicar que sumidos en el más profundo estupor, ningún jefe cubano atinó a disponer nada para confirmar su muerte ni para intentar rescatar de inmediato su cuerpo, aunque no pocos jinetes se dispusieron a buscar el cadáver, pero debían cumplir la orden de retirada que habían recibido del propio Agramonte. Más tarde, por evidencias ocupadas (el cadáver de Agramonte había sido saqueado por un depredador), se concluye que las fuerzas españolas regresaron al potrero y ocuparon los restos mortales del héroe. Luego fue conducido a Puerto Príncipe, paseado por sus calles y exhibido en el hospital de San Juan de Dios, donde fue identificado. A las cuatro de la tarde los restos fueron llevados al campo santo, e incinerados con leña y petróleo, y se les hizo "desaparecer", lanzándolos, lo más probable, en una fosa común. Ignacio Agramonte, como uno de los más grandes jefes militares cubanos, estuvo a la altura de los más valientes y preclaros de su tiempo, supo guiar y enseñar con su ejemplo. No se debe pensar que en Jimaguayú anduvo errado, detalla Pérez Rivero. Su caída en combate fue como la de otros héroes de Cuba. Podrán existir razones para quienes piensan que fue sombría y misteriosa; pero existen otras para pensar que fue, sobre todo, un hermoso morir, asegura el historiador. GRANMA
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