Eduardo Palomares Calderón Santiago de Cuba.— Dos caras de una misma acción: la toma de El Cobre representaba para el Ejército Rebelde un firme paso de avance hacia Santiago de Cuba, pero la pérdida de esa localidad mundialmente conocida por su santuario, a solo 21 kilómetros de la segunda ciudad del país, constituiría un vergonzoso descrédito para la tiranía de Batista. Así lo recuerda uno de los participantes en esos hechos, Víctor Radamés Sánchez Franco, quien comentó a Granma algunos de los sucesos que antecedieron a la entrada triunfal en ese poblado, de las tropas del Tercer Frente "Mario Muñoz Monroy", al atardecer del 17 de diciembre de 1958. "Montuno", como bien lo conocen sus compañeros de lucha, subió a la Sierra Maestra en marzo de ese año al frente de un pequeño grupo de jóvenes, cuyas ideas políticas adversas al régimen, los habían convertido en sospechosos del ataque realizado a la estación de policía de El Cobre por algunos de sus compañeros. "Yo creo que esa fue la primera señal de debilidad de los guardias —refiere—, porque ante aquella acción de un pequeño grupo sin experiencia combativa, movilizaron tan estrepitoso refuerzo desde Melgarejo y Santiago de Cuba, que por sobre sus intentos de atemorizar solo lograron más odio de la población". En lo que él llama una oportuna acogida guerrillera, tan pronto el jefe fundador del Frente, Comandante Juan Almeida Bosque, se enteró de la llegada de la gente de El Cobre, mandó a buscar a varios y les explicó sus intenciones de asaltar el polvorín de la mina, y lo útiles que ellos podrían ser por conocer el lugar. "Un hombre tan humilde como Almeida se había conmovido frente al cuadro de miseria imperante en la zona —destaca Montuno—, de ahí que junto al propósito de ocupar un poco de explosivos, planificara cuidadosamente el asalto, para que sirviera también de señal al régimen de la fuerte presencia rebelde. "Además de la audacia con que se desarrolló el asalto al polvorín —añade—, después de sacar unas treinta cajas de dinamita, fulminantes y mechas, Israel Pardo Guerra decidió destruir lo que quedaba en el almacén, y se produjo una explosión tan grande que a partir de ese 11 de abril de 1958 las fuerzas batistianas vivían como conejos asustados". Varias acciones sucedieron en el transcurso de los meses, pero el colofón vino el 14 de diciembre, cuando en Puerto de Moya tuvo lugar un combate contra una fuerte columna enemiga, que con unos 500 efectivos y armas de diferentes sistemas y calibres, se dirigía por la Carretera Central a reforzar la guarnición de Palma Soriano.
"Nosotros tendríamos alrededor de 200 hombres —precisa Víctor Radamés—, y desde días antes comenzamos a hacer trincheras y pozos de tiradores en el lomerío circundante, pero no supimos lo que iba a pasar hasta que ya de mañana vimos acercarse el convoy de yipis, camiones, tanquetas... "El combate fue fuerte; de uno y otro lado se disparó con todo, y logramos neutralizar las tanquetas, una de las cuales se mantiene como monumento a la acción en Hongolosongo. Según informes entre muertos y heridos ellos tuvieron más de 70 bajas, y nosotros perdimos un compañero". Además de escucharse el cerrado tiroteo, por toda la zona se comentó la derrota de la columna, que muchos vieron retroceder hacia Santiago de Cuba. A la vez, todos conocieron seguidamente que por orden de Almeida había sido neutralizado el puente de Venturita, imposibilitándose así el tránsito de refuerzos por esa vía. "Transcurridas apenas 72 horas —señala Montuno— ya el jefe del cuartel de Melgarejo gestiona contacto con las fuerzas rebeldes, para rendirse y entregar las armas, excepto algunas que le permitieran llegar al cuartel Moncada como si se hubieran batido en retirada con tropas rebeldes superiores. "Así se hizo, pero tuvieron tan mala suerte que en el camino fueron detenidos por compañeros nuestros que no entraron en pacto alguno y los desarmaron totalmente. Mientras caía la tarde, nosotros marchábamos hacia El Cobre, desde donde llegaban los toques de tambores de la fiesta de San Lázaro. "El recibimiento fue lo más grande —enfatiza—, en aquella humilde población jamás se había visto tanta alegría, y en el caso de quienes vivíamos en El Cobre resultó tan impactante, que yo pasé frente a la casa de mi familia, escuchaba los gritos de mi hermana llamándome, y seguí sin parar hasta donde acampamos esa noche. "Los guardias jamás volvieron a aparecer, y allí nos quedamos con el ya Comandante René de los Santos, y los capitanes Fernando Vecino Alegret, y Rigo Ramírez, entre otros jefes, hasta que tras la fuga del tirano Batista se nos dio la orden de avanzar hasta las puertas de Santiago de Cuba, el 1ro. de enero de 1959". GRANMA
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