Octubre de 1962: a un paso del holocausto (III) TOMÁS DIEZ ACOSTA (*) El presidente Kennedy declaraba, ese mismo día 12 de diciembre de 1962, ante los rumores propagados por la extrema derecha en ese país, que la URSS no había retirado todos sus cohetes de Cuba, que se había comprobado la salida de esos armamentos, y afirmó que Estados Unidos continuaba realizando con sus propios medios la verificación para garantizar que no se creara en Cuba un potencial bélico peligroso. Asimismo expresó que su país estaba preparando otras reglamentaciones sobre embarques de artículos no estratégicos de las naciones occidentales con destino al territorio cubano. Mientras tanto, una reunión ministerial de la OTAN celebrada entre los días 13 y 15 de diciembre en París, elogiaba la actitud mantenida por Estados Unidos en el curso de la crisis cubana. En dicho evento, el Secretario de Defensa, Robert McNamara, expresó la conveniencia de sustituir los obsoletos cohetes Júpiter —emplazados en Italia y Turquía— por submarinos dotados de cohetes Polaris. Tal parece que comenzaban a dar los pasos tendentes al cumplimiento del acuerdo que en secreto se concertó entre la URSS y Estados Unidos, como parte de la solución de la crisis.(1)
En Naciones Unidas, los norteamericanos continuaban negándose a considerar cualquier aspecto contenido en la demanda cubana de los cinco puntos y eran del criterio de no hacer declaraciones ante el Consejo de Seguridad que condujeran a una discusión donde Cuba participara. Esta negativa estaba motivada, entre otros factores de peso, por razones de política interna, pues, si bien fue cierto que en ese país sintieron alivio por haberse evitado una grave confrontación militar, círculos políticos cuestionaron los acuerdos entre Jruschov y Kennedy, y los catalogaron como un fracaso, pues consideraban que de hecho el gobierno se vio obligado a reconocer como válida la existencia, a pocas millas de sus costas, de un régimen comunista. Los contrarrevolucionarios cubanos radicados en Estados Unidos recibieron esos acuerdos como una traición que alejaba sus ambiciones de destruir la Revolución. El 24 de diciembre, el presidente Kennedy se entrevistó con los principales cabecillas de la brigada mercenaria derrotada en Playa Girón. Cinco días más tarde, el mandatario estadounidense presidía un acto, en el estadio Orange Bowl, en la Florida, para dar el recibimiento oficial a los mercenarios que habían sido liberados por Cuba en virtud de los acuerdos suscritos. En esa oportunidad, Kennedy recibió una bandera de la brigada que, según ellos, habían escondido tras su descalabro en Bahía de Cochinos. En su discurso, el mandatario aseguró que esa bandera les sería devuelta en una "Habana libre", poniendo en duda con esta declaración pública su promesa de no invadir a Cuba. Desde finales del año, tanto la URSS como Estados Unidos buscaban concluir las negociaciones, pues el problema había encontrado una solución satisfactoria para ambas potencias. Sin embargo, para Cuba no habían cesado los peligros y las agresiones: quedaban el bloqueo económico, las acciones subversivas de todo tipo auspiciadas por Estados Unidos y la base naval norteamericana en Guantánamo, fuente de múltiples y peligrosas provocaciones. El 7 de enero de 1963 finalizaron las negociaciones con dos notas dirigidas al Secretario General de la ONU: una conjunta de Estados Unidos y la URSS, y la otra de Cuba. El documento soviético-norteamericano, firmado por Vasili V. Kuznetsov y Adlai Stevenson, afirmó: "Aunque no ha sido posible que nuestros gobiernos resolvieran todos los problemas originados en relación con este asunto, ellos son de la opinión que, en vista del grado de entendimiento logrado entre ellos en relación con el arreglo de la crisis y la extensión del progreso en la aplicación de este entendimiento, no es necesario que este tema ocupe más la atención del Consejo de Seguridad en este momento". En la declaración sostiene que ambos gobiernos "...expresan la esperanza de que las medidas adoptadas para evitar la amenaza de guerra en relación con esta crisis conduzcan al ajuste de otras diferencias entre ellos y al alivio general de las tensiones que pudieran ocasionar una nueva amenaza de guerra".(2) La nota del Gobierno cubano, por su parte, reiteraba su percepción acerca de que los resultados alcanzados no han propiciado un acuerdo eficaz capaz de garantizar de manera permanente la paz en el área del Caribe y liquidar las tensiones exteriores. Afirma que no se "...han producido acuerdos aceptables para Cuba porque el gobierno de Estados Unidos, lejos de renunciar a su política agresiva e intervencionista respecto a la República de Cuba, ha mantenido la posición de fuerzas asumida en flagrante violación de las normas jurídicas internacionales". Cuba mantenía su convicción de que no era eficaz ningún acuerdo que no incluyera los cincos puntos, pues la simple promesa de no invasión por el gobierno de Estados Unidos, la cual, por otra parte, ni siquiera ha sido formalizada, no constituía garantía alguna para el país. Además, el documento cubano reafirmaba el derecho soberano de Cuba a no acceder a inspecciones internacionales unilaterales en su territorio; de igual forma, la nota denunciaba el hecho de que el gobierno de Estados Unidos "...se niegue tan siquiera a dar seguridad de que no violará una vez más la Carta de Naciones Unidas invadiendo la República de Cuba bajo el pretexto de que nuestro país no ha accedido a la inspección internacional (...)". Asimismo, sostiene que "...constituye una absurda insolencia la de ofrecer el compromiso de no invasión, equivalente a la de no cometer un delito internacional, bajo la condición de que el país al que pretende invadir acceda a una inspección de su territorio". A continuación, recordaba que la URSS había cumplido con el requisito de verificación aceptada por el primer ministro Jruschov al presidente Kennedy, en su carta del 28 de octubre, cuando le había concedido la comprobación en alta mar de la retirada de los cohetes y los IL-28. La nota rechazaba enérgicamente la pretensión norteamericana de hacer uso de sus medios de control para inspeccionar el territorio cubano, lo cual significaba un alarmante reto a las Naciones Unidas y constituía una violación intolerable a la soberanía del Estado cubano. Por último, se reiteraba la política de paz y la aspiración de Cuba a las soluciones pacíficas y se recalcaba la postura de principios mantenida frente a la política agresiva de Estados Unidos, cuando sostiene que: "...frente a posiciones de fuerzas, opondremos nuestra firmeza; frente a la pretensión de humillarnos, nuestra dignidad; frente a la agresión, la decisión de luchar hasta el último combatiente".(3) A MANERA DE EPÍLOGO Concluía así uno de los episodios más dramáticos y peligrosos de los años de la guerra fría. Una mirada a ese acontecimiento, a cinco décadas, nos permite tener una visión objetiva de sus enseñanzas y significado. Para la dirección revolucionaria cubana de inmediato quedaron claros dos aspectos muy importantes en el diseño de su política nacional: en primer lugar, la reafirmación de sus conceptos de que la seguridad del país depende, en primera instancia, del valor, la decisión y la voluntad de todo el pueblo de participar en su defensa y que el apoyo externo puede estar condicionado por múltiples factores coyunturales de la política internacional, aunque siempre se consideró que la solidaridad mundial desempeñaría un determinado papel que se incrementaría en la misma medida en que los cubanos fueran capaces de resistir la agresión extranjera. En segundo lugar, después de los amargos acontecimientos de aquellos días, calificados por el comandante Ernesto Che Guevara de "luminosos y tristes", nunca más se volvió a confiar ciegamente en la experiencia de la dirección soviética en el manejo de problemas internacionales. En otro orden de cosas, no cabe duda que arribar a una solución negociada del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos superpotencias de la época, fue positivo, pues permitió evitar la confrontación nuclear y contribuyó a desarrollar una conciencia de las consecuencias apocalípticas que una guerra de ese tipo podría tener para el género humano. Fue una lástima que esto último no se tradujera a partir de aquel momento en el inicio de un proceso de desarme mundial y en un diálogo político dirigido a la búsqueda de soluciones reales a los graves problemas de la humanidad, que tuviera como fundamento la comunidad de intereses para la supervivencia y el desarrollo común de todos los estados y pueblos —grandes o pequeños, ricos o pobres— que tienen el derecho a la independencia y la soberanía así como a escoger libremente el sistema político social más conveniente para su desarrollo económico. Sucedió todo lo contrario, la espiral armamentista se elevó considerablemente y tuvieron lugar nuevos conflictos que devinieron sangrientas guerras. Respecto a la confrontación Estados Unidos-Cuba, la solución dada a la crisis no resolvió el problema, pues si bien alejó el peligro de agresión militar directa de Estados Unidos a Cuba que se cernía en aquel momento, dejó intactas las causas principales que la generaron. Asimismo, se perdió una oportunidad única para resolver de manera concreta y satisfactoria el diferendo entre ambos países. Aunque para Estados Unidos el conflicto con Cuba siempre trascendió su enfrentamiento con la Unión Soviética y el bloque socialista, este se convirtió desde el primer momento en excusa principal de su hostilidad hacia la Revolución Cubana. "El miedo a la expansión comunista en Estados Unidos —afirma un documento del senado norteamericano— se agudizó particularmente cuando Fidel Castro surgió como el líder de Cuba a finales de los años cincuenta. Su ascenso al poder fue considerado como la primera penetración significativa de los comunistas en el hemisferio occidental. Los dirigentes de Estados Unidos, incluyendo a la mayoría de los miembros del Congreso, demandaron una acción vigorosa para eliminar la infección comunista en este hemisferio".(4) Sin embargo, esta política agresiva no concluyó ni siquiera con la desaparición de la propia URSS, pues lo que se estaba dirimiendo ciertamente era el mantenimiento de su sistema hegemónico en América Latina. Se ha querido limitar las causas que originaron la crisis a la etapa de guerra fría, que vivió la humanidad, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, que impuso un mundo dividido en zonas geopolíticas de influencia y bloques de países antagónicos, de la que era imposible escapar e ignoró los problemas específicos de los países dependientes y subdesarrollados y determinó, en última instancia y sin dejar otra alternativa, que el Gobierno cubano aceptara la instalación de las armas nucleares en su territorio. En Estados Unidos, el impacto de esta decisión en el equilibrio militar y otras esferas de las relaciones exteriores, que ponía —según su concepto— en entredicho su papel de líder del mundo occidental, determinó una reacción que sobrepasó los legítimos presupuestos del derecho internacional, al tratar de imponer condiciones mediante acciones de fuerza, como el bloqueo naval. Pero esto solo no basta, si verdaderamente se quiere hallar una respuesta coherente a los motivos que dieron origen a la crisis, hay que tener en cuenta también otra problemática diferente que estuvo presente en este conflicto y en todo el conjunto de la política internacional de aquellos momentos: las relaciones de las grandes potencias con los países dependientes y subdesarrollados. Precisamente, en ella se puede encontrar una explicación al hecho de que, mientras la solución de la crisis inició un proceso de distensión entre las dos superpotencias, no ocurrió lo mismo entre Estados Unidos y Cuba. Está demostrado que no fue el temor a los cohetes lo que determinó la política norteamericana, pues su intransigencia frente a la Revolución fue anterior incluso a que se establecieran relaciones con la URSS; las causas de esta actitud hay que encontrarlas en un componente doctrinal que se remonta a épocas muy anteriores a la guerra fría, a la existencia de la Unión Soviética y el campo socialista europeo. La Revolución Cubana ha sido la expresión agudizada de las contradicciones presentes en las relaciones de Estados Unidos con América Latina desde que, en 1823, James Monroe estableciera las bases de la doctrina de la política norteamericana hacia el resto del continente. Quizás lo que más duele a los ocupantes de la Casa Blanca ha sido la sobrevivencia de la Revolución Cubana, a pesar de sus persistentes esfuerzos por derrocarla. Es por ello que aún prevalece la política hostil de Estados Unidos, que se manifiesta en el incremento del bloqueo económico y en las campañas internacionales de difamación anticubanas, entre otras acciones. Estas razones pueden dar respuestas a las interrogantes que muchas personas honestas en el mundo se hacen del porqué Estados Unidos pudo llegar a acuerdos en 1962 con su principal enemigo y sin embargo, en relación con Cuba, no estuvo dispuesto a avanzar un solo paso en la solución de un diferendo aparentemente mucho más sencillo. Incluso, cuál es la razón de que a lo largo de todos estos años ha podido mejorar sus relaciones con países como Vietnam, con quien sostuvo una guerra sangrienta y desgastadora para su estabilidad interna y su prestigio internacional, y por el contrario mantiene una actitud beligerante hacia Cuba. Otro elemento de reflexión fue el referido a las fuertes divergencias que generó el acuerdo soviético-norteamericano, sin tener en cuenta los intereses o criterios del Gobierno cubano. Esto, sin duda, expresó una actitud que tiende a desconocer los derechos de participación de los países pequeños en la solución de conflictos internacionales, pero más representativo aún de esta mentalidad fue la negativa que Estados Unidos asumió sobre la participación cubana en la negociación del conflicto, lo que no fue un hecho aislado, sino práctica habitual de los poderosos a lo largo de la historia. Superada la guerra fría en la que el mundo encontró un equilibrio inestable en la división de dos bloques antagónicos, con la desaparición del régimen socialista en los países de Europa del Este y de la propia Unión Soviética, se nos viene encima el reto teórico y práctico de predecir cuáles serán en el presente las fuentes futuras de la estabilidad internacional, pues los conflictos bélicos que han tenido lugar en esta década muestran una tendencia al incremento. Hoy en día se presentan nuevas variables: el predominio militar de una superpotencia que tiene en la producción de armamentos una de sus principales fuentes de riqueza, pero que ya no dispone de las bases objetivas que justificaron este monumental empeño; la proliferación de nuevos estados nucleares, la constitución de grandes bloques económicos que tiende a dificultar aún más la participación de los países subdesarrollados en el mercado internacional; los conflictos sociales y políticos que han generado la revitalización del nacionalismo y las condiciones de extrema miseria en que vive la mayor parte de la humanidad; los problemas del medio ambiente que afectan por igual a ricos y a pobres; y la ausencia de mecanismos internacionales capaces de regular y equilibrar estas contradicciones, entre otras. Las respuestas ante estos grandes retos no son estimulantes: Estados Unidos y sus aliados de la OTAN continúan empleando la fuerza militar como opción para resolver problemas que tienen que ver con la pobreza y la marginalización y tratan de legitimizar sus acciones mediante teorías de intervención humanitaria y soberanía limitada; los organismos internacionales, regulados por mecanismos antidemocráticos y obsoletos, han devenido en ocasiones instrumentos intervencionistas; y la economía internacional globalizada, controlada por el capital transnacional, aplica esquemas neoliberales a los países pobres que tienden a perpetuar la dependencia y la miseria. En el mundo de hoy los países ricos, en especial Estados Unidos, tratan de imponer un orden internacional basado en una intransigencia ideológica y política al mostrar sus instituciones como únicas y universales, olvidando las particularidades, intereses, tradiciones y cultura de cada nación. Pero estas realidades no deben convertirse en una actitud pesimista ante el futuro. La historia demuestra que las causas nobles y justas han triunfado, no importa cuán poderosas han sido las fuerzas que se opongan. El ejemplo del pueblo cubano durante los días de la Crisis de los Misiles así lo demuestra, pues enfrentó el peligro del exterminio nuclear, no se dejó amedrentar y defendió con firmeza y valor sus principios soberanos. Esa actitud mostrada hizo exclamar al comandante Ernesto Che Guevara de la Serna, el 7 de diciembre de 1962, durante el acto de recordación de la caída en combate del Lugarteniente General del Ejército Libertador de Cuba, Antonio Maceo y Grajales: "Nuestro pueblo todo fue un Maceo, nuestro pueblo todo estuvo disputándose la primera línea de combate en una batalla que no presentaría quizás líneas definidas, en una batalla donde todo sería frente y donde seríamos atacados, desde aire, desde mar, desde tierra (...) "Por eso sus palabras, sus frases más amadas resuenan tan hondamente en el corazón de los cubanos (...): ‘Quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha’. Ese fue el espíritu de Maceo y ese fue el espíritu de nuestro pueblo. "Hemos sido dignos de él en estos momentos difíciles que acaban de pasar, en esta confrontación donde hemos estado a un milímetro quizás de la catástrofe atómica".(5) (Continuará con la publicación de otros autores el próximo sábado) (*) Doctor en Ciencias Históricas e Investigador del Instituto de Historia. 1 A finales del mes de abril de 1963 concluyó la retirada de los cohetes Júpiter estacionados en Italia y Turquía. En su lugar se estacionaron en el Mar Mediterráneo submarinos con cohetes Polaris. 2 Revista Política Internacional Nº 1. Ed. Cit. pp. 146-147. 3 Carlos Lechuga. Carta al Secretario General de las Naciones Unidas. 7 de enero de 1963. Revista Política Internacional Nº 1. Ed. Cit. p. 243. 4 Senado de Estados Unidos. Supuestas conspiraciones de asesinatos contra dirigentes de otros países. Ob. Cit., p. B-1. 5 Ernesto Guevara de la Serna. Discurso pronunciado el 7 de diciembre de 1962 en El Cacahual. Obra Revolucionaria Nº 33, p. 6. Ediciones anteriores · Octubre de 1962: a un paso del holocausto (I): En defensa de los principios · Octubre de 1962: a un paso del holocausto (II): No creemos en simples promesas de no agresión de Estados Unidos GRANMA
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