Amelia Duarte de la Rosa, enviada especial
Probablemente el nordeste de Haití sea, junto a Cabo Haitiano, una de las zonas del país más vinculadas a la historia de nuestras luchas de independencia. En 1895, en la penúltima etapa de su peregrinar revolucionario, antes de llegar a Dos Ríos, José Martí anduvo por esta tierra, la más pequeña de los diez departamentos que dividen la nación caribeña. Fort Liberté, la capital de la región y donde tuvo lugar la primera declaración de independencia de Haití, fue fundada en 1578 por los españoles como Bayaha. Luego, en 1792, los franceses la rebautizaron como Fort Liberté, aunque tras la independencia en 1811, bajo el reinado de Henri Christophe, pasó a llamarse Fort Royal. Después de la muerte del dueño de la sólida Fortaleza Laferrière, el territorio retomó el nombre europeo. Fue precisamente en la urbe donde Martí oyó hablar de la superstición haitiana a través de Nephtalí, el dueño de una posada, quien le indicó que en "Haití hay y no hay superstición: y el que la quiere ver la ve, y el que no, no da nunca con ella". Fue también en Fort Liberté donde lo confundieron con un aristócrata y en donde, en un perfecto francés, le dijeron que la aristocracia es siempre bien recibida, según anotó en su diario de Montecristi camino a Cabo Haitiano. El héroe salió de Dajabón, en la República Dominicana, y entró a Haití por Ouanaminthe, "el animado pueblo fronterizo". Al cruzar la frontera, Martí apunta que el espacio de contradicción fue creado para la marginación de ambos pueblos y destaca que "cuando los aranceles son injustos, o rencorosa la ley fronteriza, el contrabando es el derecho a la insurrección". Y es ciertamente ese mercadeo entre ambos pueblos lo que aún, después de casi 200 años, mantiene el constante movimiento en la línea divisoria tal y como escribiera el Apóstol: "el contrabando viene a ser amado y defendido, como la verdadera justicia". Sobre los haitianos describió el tratamiento gentil y solidario que todavía los caracteriza. Del guía que lo acompañó hasta Cabo Haitiano señaló: "mi pobre negro haitiano va delante de mí. Es un cincuentón zancudo, de bigote y pera. Se echa a trancos por el camino, y yo, a criollo y francés, le pago sus dos gourdes, que son el peso de Haití (¼ ) De cada rama me va avisando. A cada charco o tropiezo vuelve la cara atrás. Me sujeta una rama, para que no de contra ella". Ni vicios ni virtudes escondió Martí en los apuntes de su viaje. Relató y describió pormenorizadamente lo que vio en la cotidianidad y lo que le contaron. Por eso, llegar a Fort Liberté y encontrar en el camino el arco de triunfo; la iglesia con su parque; las ruinas del fuerte militar español en la entrada de la bahía; las casas con puertas y ventanas de amarillo y borde blanco; el mercado popular; las empanadillas y el pan suave, pagar —incluso— con los mismos gourdes; y pasar frente a la otrora posada y gallera donde moró el Apóstol a su paso, es como pensar que, de un momento a otro, también podemos encontrar a Martí en Haití. GRANMA
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