RUBÉN G. JIMÉNEZ GÓMEZ (*) Tarde en la noche del 26 de octubre, el Comandante en Jefe Fidel Castro visitó la Embajada soviética con el objetivo de enviar un mensaje a Jruschov para darle ánimo, fortalecer sus posiciones morales y exhortarlo a que se mantuviera firme, sin errores ni vacilaciones irreparables en caso de que la guerra estallara. En la misiva comunicó al Primer Ministro soviético que la agresión contra Cuba era casi inminente dentro de las próximas 24-72 horas, y que la variante más probable era el ataque aéreo, aunque no se debía descartar la invasión. Fidel creyó conveniente comunicar su opinión de que la invasión de la Isla significaría de hecho la guerra contra la Unión Soviética, por lo que más tarde o más temprano sería asestado un golpe nuclear contra el territorio de la URSS, pues los norteamericanos no esperarían la reacción soviética y tomarían la iniciativa. Por tanto debía evitar que se repitieran los errores de la Segunda Guerra Mundial, no debía dejarse sorprender bajo ningún concepto. El dirigente cubano opinaba que la Unión Soviética no debía permitir jamás que los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear. En relación con esta carta surgieron después serias incomprensiones, pues Jruschov entendió que le estaban proponiendo que asestara un golpe nuclear preventivo contra los Estados Unidos, es decir, antes de que comenzaran cualquier tipo de acciones combativas. En realidad lo que le proponían era que no se dejara sorprender después de que los norteamericanos comenzaran la agresión contra Cuba y las tropas y armas soviéticas que se encontraban en el país. Semejante confusión pudo surgir como consecuencia de alguna inexactitud en la traducción o debido a la gran tensión nerviosa que debió presionar entonces sobre los dirigentes soviéticos.
Sábado 27 de octubre Durante los últimos días, en los Estados Unidos se había desarrollado la movilización de una gran fuerza de ataque con todos los ingredientes que se consideraban necesarios, y se habían tomado toda una serie de medidas adicionales de preparación que permitieran responder a cualquier giro que tomaran los acontecimientos. En aquellos momentos ya estaban listos para comenzar ataques aéreos y marítimos de gran envergadura si se tomaba la decisión correspondiente. Los preparativos realizados incluían entre otros aspectos los siguientes: la agrupación naval concentrada en el Caribe contaba con alrededor de 200 buques de guerra, lidereados por varios portaaviones, decenas de destructores y embarcaciones de diferentes tipos y destinaciones; además, este día zarpaba desde la costa del Pacífico hacia el Mar Caribe una Brigada Expedicionaria de Infantería de Marina; el Comando de Defensa Antiaérea Continental tenía 183 interceptores en el sudeste de los Estados Unidos, entre ellos había 22 en alerta de cinco minutos, 72 en alerta de 15 minutos y 48 en alerta de una a tres horas; cuatro interceptores estaban constantemente en el aire, a los que se sumaban otros cinco desde una hora antes del amanecer hasta una hora después del crepúsculo; la Marina, el Cuerpo de Marines y el Comando Aéreo Táctico de la Fuerza Aérea tenían 850 aviones en conjunto en la Florida para efectuar ataques aéreos contra Cuba, y los incluidos en el OPLAN-312 (golpe aéreo sorpresivo) se mantenían en alerta de una hora, pudiendo pasar a niveles superiores de disposición si se daba la orden; a lo largo de la costa este el Ejército había entregado cuatro divisiones al Comando del Atlántico para la invasión, además de la artillería de apoyo necesaria, mientras que desde Texas se dirigían hacia el este una división blindada, una fuerza de tarea de infantería y diversas unidades de artillería; el Comando Aéreo Estratégico mantenía constantemente en el aire a 66 bombarderos estratégicos pesados B-52 con 196 municiones nucleares a bordo, los que cubrían blancos en la Unión Soviética por si estallaba la guerra nuclear general en cualquier momento, además, se mantenían en tierra en alerta de 15 minutos para el despegue 271 B-52 y 340 bombarderos medianos B-47, con un total de 1 630 municiones nucleares a bordo de los mismos; había cerca de 200 cohetes intercontinentales Atlas, Titán y Minuteman en distintos grados de preparación para el lanzamiento y cinco-seis submarinos con cohetes Polaris se mantenían en sus posiciones de combate en el Mar de Noruega. Por su parte, en Cuba, el primer grupo de combate del regimiento de cohetes de alcance medio ubicado en Santa Cruz de los Pinos-San Cristóbal alcanzaba la posición de listo para el combate y tenía comprobados todos los cohetes y los equipos auxiliares de los mismos, con lo que la división coheteril estratégica estaba lista con sus 24 rampas de lanzamiento, y las cargas nucleares se encontraban en posiciones cercanas a las regiones de emplazamiento. Este mismo día, el general de ejército Pliev recibió otro telegrama cifrado del ministro de Defensa de la URSS, en el que se repetía la prohibición categórica de emplear el arma nuclear, por su decisión, con cualquier tipo de cohete y con la aviación. ¡Así habían cambiado las concepciones sobre el empleo de este armamento durante el período transcurrido desde el inicio de la Operación hasta el punto culminante de la Crisis! Además, desde el amanecer las baterías antiaéreas cubanas comenzaron a disparar contra todos los aviones que trataron de realizar vuelos rasantes sobre el territorio de Cuba, mas los pilotos de aquellos aviones veloces y maniobrables, al percatarse de que los recibían con fuego aumentaban velocidad y altura y se retiraban hacia el mar, de forma que ninguno fue derribado por las ráfagas de los cubanos. A las 9 de la mañana, hora de Washington, se conoció un nuevo mensaje de Jruschov para el presidente Kennedy. Esta vez se había dado a conocer públicamente a través de radio Moscú. El nuevo mensaje se diferenciaba mucho del anterior, no era largo, vago ni emotivo, al contrario, resultaba más firme y formal. Su tono era duro. Demandaba que se retiraran los cohetes estadounidenses Júpiter de Turquía a cambio de la retirada de los cohetes de Cuba, además, los norteamericanos se comprometerían a no invadir a Cuba y no permitir que otros lo hicieran, mientras que los soviéticos contraerían compromisos similares con respecto a Turquía. A las 10 de la mañana comenzó la reunión del Comité Ejecutivo del Consejo Nacional de Seguridad; al iniciarla, el Presidente dio lectura al mensaje de Jruschov que había sido transmitido por radio Moscú poco antes y comentó que era una posición muy dura en comparación con la idea expuesta en el mensaje recibido la noche anterior: Pensaba también que aquella posición soviética tendría amplio apoyo en la opinión pública internacional, por lo que debían considerar hacer pública la carta precedente del Primer Ministro soviético. El problema radicaba en que aquella proposición no era absurda, ni entrañaba un perjuicio para los Estados Unidos o sus aliados de la OTAN. Durante los últimos tiempos, el Presidente había planteado varias veces al Departamento de Estado que se llegase a un acuerdo con Turquía para retirar los Júpiter de allí, pues eran francamente anticuados y los submarinos con cohetes Polaris en el Mediterráneo serían mucho mejores militarmente. Los turcos siempre habían planteado objeciones y dificultades ante la retirada de los Júpiter y el asunto se había dejado correr en más de una ocasión. El Presidente estaba irritado ahora, pues se resistía a ordenar la retirada de aquellos cohetes bajo las amenazas de la Unión Soviética y a propuesta de ellos. Por otra parte, no quería ser empujado a una guerra catastrófica por unos proyectiles anticuados y de poca utilidad. Hizo la observación al Departamento de Estado y a todos los demás, de que el trato parecería bueno a cualquier persona razonable, que la posición de los Estados Unidos ante los ojos del mundo se había hecho sumamente vulnerable, y que había sido por culpa de ellos, de nadie más. La cuestión se debatió ampliamente, pues la reacción de los integrantes del Comité fue contradictoria. Algunos propusieron que debían dirigirse al Gobierno turco para que este solicitara a los Estados Unidos la retirada de los cohetes, mientras que otros consideraban que no debían estar de acuerdo con lo planteado por los rusos, pues los problemas de la seguridad del Hemisferio Occidental y de Europa eran cuestiones independientes, además de que la decisión de emplazar los cohetes en Turquía no era norteamericana sino de la OTAN, por lo que la decisión contraria también debía ser de esa Organización y eso llevaría tiempo; argumentaban que primero había que regular la Crisis presente para después ocuparse de otros problemas. También se planteó que el segundo mensaje no parecía hecho por la misma persona que el primero, e incluso se consideraba la posibilidad de que Jruschov hubiera sido dominado por los partidarios de la línea dura, si no derrocado. Entre las especulaciones más o menos fundamentadas que se hacían estaba presente la incertidumbre de si el líder soviético habría perdido o no el control de la situación, o era que estaba indeciso o tratando de presionar al presidente Kennedy. Se suponía que una forma de interpretar aquellos mensajes controvertidos era que los mismos constituían una muestra de la lucha por el poder que se desarrollaba tras bambalinas en Moscú, y surgían diversas preguntas: ¿quién mandaba en realidad en el Kremlin en aquellos momentos?, ¿habría sido sustituido Jruschov de la noche a la mañana por algún grupo de intransigentes? Si eso había sucedido, el resultado sería una tendencia indetenible hacia el enfrentamiento violento, por lo que la guerra fría parecía estar a punto de culminar en una terrible explosión, lo que estaba agravado por el hecho de que la explosión de marras podría ser termonuclear. En realidad, la explicación era mucho más sencilla: al conocerse en Moscú el contenido de la conversación de Robert Kennedy y Dobrinin, relacionada con los cohetes norteamericanos instalados en Turquía, se había redactado un segundo mensaje al presidente Kennedy, el que fue transmitido por Radio Moscú para ganar tiempo, pues se conocía que aumentaba el peligro de confrontación entre ambas potencias.(1) Durante la discusión se supo que el Gobierno turco acababa de hacer una declaración de prensa diciendo que la propuesta rusa sobre los Júpiter era inconcebible, con lo que se iba a pique la esperanza de convencerlos para que ellos mismos solicitaran a los norteamericanos la retirada de las desgraciadas antiguallas de la discordia. Entonces el Presidente planteó que si los cohetes en Cuba elevaban apreciablemente la capacidad de golpe nuclear de los soviéticos, negociarlos por los de Turquía era muy ventajoso, pero en esos momentos corrían el riesgo de ir a una guerra de incalculables consecuencias en Cuba, y posiblemente en Berlín, por culpa de unos proyectiles anticuados y de poco valor militar. Sería difícil recibir apoyo para dar un golpe aéreo contra Cuba pudiendo hacer un buen negocio si aceptaban el cambio propuesto. Estarían en una posición muy mala si aparecían atacando a Cuba para mantener cohetes inútiles en Turquía. Planteó de todos modos que los norteamericanos no podían proponer la retirada de los Júpiter en aquellos momentos, pero los turcos sí podrían solicitarlo, por lo que se les debía informar claramente acerca del tremendo peligro en que vivirían durante la próxima semana, ante la elevada probabilidad de que si ellos atacaban a Cuba los soviéticos respondieran atacando a Turquía. Años más tarde, se supo que el Presidente Kennedy había estado a punto de aceptar el trueque de los cohetes de Turquía por los de Cuba, en medio de la Crisis. Esto se conoció por revelaciones que hizo McGeorge Bundy en 1987, durante la Conferencia que celebraron los norteamericanos en Hawk’s Key para analizar los sucesos de 1962. Bundy dijo que "el 27 de octubre el Presidente ordenó a Dean Rusk que hablara con Andrew Cordier, entonces presidente de la Universidad de Columbia y durante muchos años alto funcionario de la ONU, para que entregara a U Thant el texto de una declaración y propusiera, como si fuera de su propia iniciativa, el canje de los proyectiles. La declaración se pondría en manos del Secretario General de la ONU cuando Kennedy lo decidiera, y nunca lo hizo". (2) Por su parte, la reacción del comandante Fidel Castro fue muy crítica, cuando conoció por Radio Moscú la proposición del trueque de cohetes hecha por Jruschov, y así se lo hizo saber al Embajador soviético, Alexander Alexeiev. Moscú estaba ofreciendo fórmulas para solucionar la Crisis, pero fórmulas incoherentes, mientras que el tercer país comprometido ignoraba lo que sucedía. Siguiendo un razonamiento lógico, era muy difícil suponer que la URSS rindiera sus posiciones por promesas de escaso valor y, sobre todo, sin consultar con Cuba. Las posiciones de Jruschov durante los primeros días de la Crisis fueron firmes y consecuentes; esa actitud no se conjugaba con la inesperada proposición relacionada con los cohetes de Cuba y Turquía. Analizando objetivamente las cartas intercambiadas entre Moscú y Washington hay que llegar a la conclusión de que la URSS actuó con vacilaciones y que los Estados Unidos mantuvieron en todo momento una posición de fuerza y de amenazas contra Cuba y contra la URSS. (3) Al final de la reunión, Robert Kennedy expresó su preocupación sobre la posición en que quedarían los norteamericanos si después de estar hablando con los rusos durante muchos días, los cubanos se negaban a permitir la inspección de la ONU para garantizar que los cohetes existentes en Cuba fueran realmente inoperantes. La respuesta fue que entonces podrían decidir atacar las bases de los proyectiles para garantizarlo. En definitiva, la Casa Blanca hizo una declaración que fue el reflejo de las opiniones vertidas por los círculos de orientación más agresiva en la administración norteamericana; en esa declaración los últimos mensajes de Moscú fueron calificados como inconsecuentes y contradictorios uno con otro, además, se ratificaba una vez más la exigencia de la suspensión inmediata de los trabajos que se realizaban en los emplazamientos en Cuba, la inutilización de las armas y su retirada del territorio. Los participantes en aquella reunión del Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional no lo sabían aún, pero durante el desarrollo de la misma se había producido un hecho trágico y de impredecibles consecuencias en el espacio aéreo de la Isla... CUANDO EL CABELLO DEL QUE PENDÍA LA PAZ MUNDIAL PERDIÓ LA MITAD DE SU ESPESOR Tengo en las manos un libro y desde una de sus páginas me observa un hombre joven, de pelo corto, rostro regular de facciones agradables, en el que se aprecian unos ojos que parecen claros, aunque la foto es en blanco y negro. El autor del libro era Robert Kennedy y su título Trece días. El nombre del hombre de la fotografía: Rudolf Anderson, Jr., su profesión: piloto militar, su destino: derribado en cumplimiento de misión sobre Cuba el 27 de octubre de 1962. Al igual que el "Marucia" fue el único barco abordado e inspeccionado durante una "cuarentena" que había comenzado con la pretensión de no dejar pasar hacia Cuba ningún barco sin que fuera registrado, el mayor Rudolf Anderson fue el único caído durante un conflicto que pudo arrastrar a la fosa a decenas o centenares de millones de seres humanos, e incluso a toda la Humanidad, en el criterio de muchos especialistas. El mayor Anderson era piloto de aviones U-2, destinados para la exploración fotográfica a gran altura, y había realizado más de diez misiones sobre Cuba durante las últimas dos semanas. Aquella fatídica mañana un avión U-2 ingresó al espacio aéreo de la Isla pasadas las 8 de la mañana y comenzó a realizar un vuelo de reconocimiento a lo largo de la misma, pasando sobre los objetivos importantes conocidos, fundamentalmente los emplazamientos de los cohetes soviéticos de alcance medio, y fue derribado con cohetes antiaéreos cuando estaba a punto de concluir la tarea encomendada. ¿Por qué y por decisión de quién fue derribado el U-2? Sobre esto se han propagado distintas versiones a lo largo de los años, comenzando de que había sido derribado por las baterías antiaéreas cubanas, y pasaban por la afirmación de que el propio comandante Fidel Castro oprimió personalmente el botón que disparó el cohete y terminando en que unos generales soviéticos dieron la orden de derribarlo. Para el autor es imprescindible aportar una nueva versión de los hechos, que nunca ha sido publicada. En primer lugar: ¿por qué fue derribado? No había necesidad militar de hacerlo, como no fuera la de disminuir la probabilidad de que nos sorprendieran en algún momento con el inicio de un golpe aéreo sorpresivo, aprovechando la rutina de los vuelos a baja altura; desde este punto de vista era un disparate y una locura permitir que continuaran los vuelos rasantes; por otra parte, la Isla había sido tan fotografiada desde el aire durante las últimas dos semanas que poco importaban algunas fotos más o menos, máxime que durante las últimas horas no se habían producido maniobras de importancia para cambiar de lugar las unidades principales ni nada por el estilo. Los vuelos continuaban diariamente para mantener el control de la marcha de los trabajos en los emplazamientos de los cohetes y del ensamblaje de los IL-28, además de verificar que el resto de las unidades continuaban en sus posiciones y tratar de detectar algo nuevo para actualizar los planes elaborados para el golpe aéreo sorpresivo. Seguramente ya los analistas de fotografía aérea de la CIA tenían hasta el control de los lugares en que vivían las mujeres más bonitas de la Isla. Pero los sobrevuelos constantes tenían otros objetivos, según los generales del Pentágono: mantener la presión militar sobre soviéticos y cubanos, humillar a estos últimos y desmoralizarlos a todos. En realidad fallaban en lo de los efectos desmoralizantes, pues en realidad tenían un efecto indignante, por no decir otra cosa mucho más gráfica, sobre los defensores de Cuba, cubanos y soviéticos. Todos estaban llenos de irritación y de coraje por la demostración de prepotencia de los yanquis con sus vuelos a baja altura, la que muchas veces era tan baja que al ladearse un poco los aviones nos permitían apreciar perfectamente los cascos de vuelo anaranjados de los pilotos estadounidenses, y hasta se percibían sus rostros en ocasiones; picaban sobre las unidades como si fueran a bombardearlas y hasta pedían instrucciones para hacerlo en texto claro por sus medios de comunicaciones. Todo el mundo estaba loco por derribarlos de alguna forma, pero había orden de no disparar; no obstante, si hubiera sido posible hacerlo con piedras no hubiera sido Anderson la única víctima. Pero por sobre todas las cosas estaba la cuestión de principios, pues todos aquellos vuelos eran violaciones flagrantes de nuestro espacio aéreo, por lo que teníamos todo el derecho del mundo para derribarlos. Cuando supimos en las trincheras la orden de advertencia del Comandante en Jefe de que a partir del día siguiente no admitiríamos los vuelos y les dispararíamos, todos estaban expectantes; muchos decían que al día siguiente no volarían de mansa paloma, pues a la todopoderosa CIA llegaría seguramente la información de la orden impartida, mas no fue así, parece que no eran tan ácidos como los pintaban. El sábado por la mañana los aviones que hacían los vuelos rasantes se aparecieron "paseando" igual que siempre, y aunque les tiraron en muchos lugares, pudieron escabullirse sin complicaciones. Con los cañones antiaéreos y las ametralladoras que tenían las unidades cubanas había que tirar camiones y camiones cargados de proyectiles para derribar uno de aquellos veloces aparatos, y, además, no continuaron volando durante el resto del día. Sin embargo, el avión U-2, que ni se veía debido a la altura a que volaba, ni tan siquiera se oía el ruido de su motor, fue el que pagó los platos rotos. Cuando en las trincheras nos enteramos de lo sucedido, aquello fue una explosión de júbilo. ¿Quién dio la orden de derribarlo? Los proyectiles de nuestras ametralladoras más potentes no alcanzaban ni la altura de tres kilómetros, mientras que los cañones antiaéreos de 100 mm, los que enviaban la bola más alto, no pasaban de los diez, pero el U-2 volaba en alturas de alrededor de veinte kilómetros, y los cohetes antiaéreos, únicos que podían alcanzarlos, solo estaban en manos de los soviéticos. Así que lo que se plantea en algunas obras y relatos sobre los sucesos de octubre de 1962, de que durante años los norteamericanos pensaron que ese avión había sido derribado por los cubanos, no se lo creen ni los autores de los mismos. Para los estadounidenses siempre estuvo perfectamente claro que lo habían hecho los soviéticos. En la conocida entrevista con María Shriver, en 1992, que hemos citado varias veces, el comandante Fidel Castro expresó al respecto lo siguiente: "Lo más probable es que en la atmósfera que se crea, cuando nuestras baterías antiaéreas disparan contra todos los aviones en vuelo rasante, la orden de disparar contra el U-2 se originó en la orden dada a nuestras fuerzas antiaéreas. Si se me pregunta quién tiene la responsabilidad no vacilo en decir que fue nuestra. No se podía permitir que continuaran los vuelos rasantes, era un disparate y una locura, porque nadie sabía en qué momento podía empezar el fuego y las desventajas militares en ese caso eran tremendas. "Pienso que nunca se debió dejar volar los aviones U-2, siempre se debió haber disparado contra ellos, y estuve de acuerdo en que se disparara contra el U-2. Podía lamentar la muerte de un piloto, pero la acción me pareció correcta." (Continuará) (*) Teniente coronel ® y fundador de las Tropas Coheteriles. (1) Diez Acosta, Tomás: Peligros y principios... Ob. Cit., p. 168. (2) Lechuga, Carlos: En el ojo de la tormenta... Ob. Cit., pp. 94-95. (3) Ídem, 136-137. 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