Derroche de coraje mostraron nuestros combatientes en todo momento. Una unidad de exploración opera en el terreno, en las cercanías del río Longa. Nuestros pilotos transmitieron sus experiencias a los jóvenes de la fuerza aérea angolana. ALBERTO NÚÑEZ BETANCOURT
Nos pasan por el lado en cualquier calle de Cuba. Los rostros y la piel toda archivan el paso de los años, pero el heroísmo permanece intacto, infinito, callado. Nada de alardes; más bien hay que proponerles el tema para que nos hablen de las muchas noches y madrugadas de truenos causados por la artillería enemiga, de la respuesta decidida de nuestras tropas, del andar riesgoso por caravanas, campos minados, vuelos rasantes... Iniciaba el onceno mes del año 1975. Los acuerdos de Alvor, encaminados a propiciar el proceso de descolonización de Angola, parecían abortarse desde su origen por la pretensión de las fuerzas reaccionarias al servicio del apartheid de ocupar este territorio africano. En esa hora crucial, la dirección del Partido Comunista de Cuba, en acto soberano, respondió con agilidad al pedido de Agostinho Neto, líder del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), genuino representante de su pueblo, de contar con nuestros combatientes internacionalistas para concretar y preservar la independencia que suponía la retirada de los portugueses. La operación fue llamada Carlota, en honor a la negra esclava que en 1843, al frente de un grupo de sus semejantes del ingenio Triunvirato en la región de Matanzas, se había alzado machete en mano y resultó muerta en la rebelión contra los colonizadores españoles. Simbolismo sin par que más de un siglo después, miles y miles de hijos de este pueblo derrocharan coraje al traspasar el Atlántico y superar los 14 000 kilómetros de distancia entre nuestro archipiélago y la nación africana. Aquella primera misión de impedir el avance hacia Luanda de los invasores se extendió durante 15 años y medio, y no concluyó hasta el 25 de mayo de 1991, cuando regresaron a la Patria los últimos internacionalistas. Más allá de los 300 000 cubanas y cubanos que pisaron la geografía angolana, la epopeya involucró a millones, porque desde nuestro suelo cada familia asumió con entereza la partida del ser querido, los sacrificios, el dolor, solo compensado con la concreción del triunfo definitivo, la preservación de la soberanía de Angola, la conquista de la independencia de Namibia, el fin del apartheid. Larga y digna misión que registra episodios de grandeza en un sin número de parajes: Quinfangondo, Quibala, Sumbe, Cabinda, Cangamba, Luena, Huambo, Tchipa, Cuito Cuanavale, Calueque... Resonarán por siempre las palabras de Nelson Mandela en ocasión de su visita a Cuba en el verano de 1991: "Cuito Cuanavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid". Justamente los días de Cuito Cuanavale se hicieron memorables. Pueblo destruido e inhabitado. De él partieron hasta las hormigas, dejando solo como huella las pirámides de tierra devenidas hornos para la confección de un exquisito pan con el que nuestros cocineros se burlaban del peligro. El buen humor acompaña como la mejor arma; puede más que los proyectiles salidos de los cañones G-5 y G-6. Y por si fuera poco ahí están nuestras BM-21 para responder efectivamente. Nada se vuelve más impresionante que el agradecimiento del pueblo angolano, de sus fuerzas armadas, FAPLA. No pudo ser casual aquella multitud que cubrió las calles de Luanda en enero de 1989, para despedir entre vítores y sollozos a los combatientes internacionalistas que retornaban a la Patria. En otro gesto de humildad, Cuba anticipaba la retirada. ¡Cuántas cosas para recordar! Cómo olvidar las visitas del Comandante en Jefe en plena contienda bélica, su certera conducción desde Cuba en los días cruciales. Cómo creer que el Comandante Domingos Da Silva, para nosotros Raúl Díaz Argüelles, no va a convocar a un nuevo combate si la Patria precisa. Claro que el médico, el maestro, el constructor... se quedan en las vidas de Joao, Gabriel, María, Iacopo, Walter... , de Francisco, el niño que sobrevivió la masacre de Kassinga en 1978, y desde entonces se sumó a las tropas cubanas para tener una vida exenta de muchachadas. Los días finales de la Misión Militar Cubana en Angola cierran este capítulo de decoro. Ajetreo intenso en el puerto de Luanda. El batallón de reparaciones y evacuación de la MMCA pone la técnica al cinco para su reembarque a Cuba. Responsabilidad grande la de los puenteros que a golpe de desvelo protegen hasta el último minuto las vías de acceso a la ciudad, a pesar de los mosquitos —a sus anchas entre el agua y el mangle— y el gorrión propio de la soledad. Y como símbolo de la Amistad Cuba-Angola un monumento con ese nombre se alza en una céntrica avenida de Luanda. La obra pertenece al fallecido escultor José Delarra, quien también fuera combatiente en la tierra de Neto. El internacionalismo cubano en Angola elevó el prestigio, autoridad y respeto de nuestro país en la arena internacional. Al informar sobre la conclusión victoriosa de la Operación Carlota en la ceremonia efectuada en El Cacahual el 27 de mayo de 1991, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces Ministro de las FAR, expresó: "La gloria y el mérito supremo pertenecen al pueblo cubano, protagonista verdadero de esta epopeya que corresponderá a la historia aquilatar en su más profunda y perdurable trascendencia". GRANMA
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