Gabriel Molina
El domingo 23 de abril de 1961, Fidel compareció ante la televisión para hacer un recuento al pueblo cubano sobre las operaciones que culminaron con la fulminante victoria del día 19. El Comandante en Jefe había ordenado organizar un cerco para ir capturando a los enemigos que huían, y a los supervivientes de los barcos hundidos. Uno de ellos, Ulises Carbó, hijo del ex propietario del diario Prensa Libre, estaba a bordo del Houston cuando el buque fue alcanzado por la puntería y arrojo de la aviación revolucionaria. Nadó como muchos otros integrantes de ese batallón que no pudo desembarcar, llegó a la costa y se escondió durante once días hasta que se entregó a los milicianos. A las 2:40 p.m. del 19, cuando las fuerzas cubanas estaban a dos kilómetros y medio de Girón, aparecieron dos destructores de la Marina de Guerra de Estados Unidos que habían escoltado a la flota invasora desde Nicaragua hasta Cuba y avanzaban hacia la costa, a menos de 2 000 metros, con sus cañones desenfundados y apuntando hacia tierra en actitud provocativa. El entonces capitán José R. Fernández, quien ejecutaba la estrategia y táctica de la defensa de Fidel en la dirección del Central Australia, y después en los avances de la contraofensiva en esa dirección, ha narrado que la maniobra la tomaron por otro desembarco y se planteó una inquietante disyuntiva de disparar primero, como le reclamaban sus subalternos, dolidos por sus bajas. Pero entonces la batalla sería contra la Flota de Estados Unidos y tal vez daría lugar a una conflagración internacional. Fernández tomó la sabia decisión de disparar a quienes venían a desembarcar, no a los destroyers. Minutos después llegó Fidel y se percató de que no desembarcaban, sino que escapaban y lo aclaró. Algunas barcas navegaban de la costa hacia los barcos. Cuarenta años más tarde, en el 2001, en la Conferencia Internacional sobre los sucesos de Playa Girón, el Comandante en Jefe, con una sonrisa astuta, preguntó al ya general Fernández a quién le había consultado aquella decisión. La concurrencia estalló en una carcajada cuando el prestigioso militar exclamó ágilmente: "A quién iba a consultar Fidel, a los dioses". En total más de 1 200 invasores fueron apresados sin el menor maltrato físico, como ordenó Fidel. Perdieron la vida en el intento 114. En cambio, en la defensa del país agredido cayeron 151 soldados y milicianos; con las bajas debido a los bombardeos de los aeropuertos y entre los vecinos de la Ciénaga de Zapata, el total de muertos fue de 176. Un hecho posiblemente sin precedentes históricos fue la comparecencia de los prisioneros transmitida a todo el país por la televisión nacional, donde respondieron a las preguntas formuladas por un panel de periodistas y expresaron libremente lo que pensaban de los hechos que protagonizaron. Más excepcional aún fue el diálogo que sostuvieron con el Comandante en Jefe que los había derrotado, también transmitido en vivo por la televisión. Solo 10 días después de liquidada la invasión fueron capturados los dos jefes. José Pérez San Román, excapitán del ejército de la tiranía, declaró que cumplía un deber de conciencia al decir lo que sentía: que la propaganda auspiciada por los que lo trajeron hasta aquí era mentira. En resumen, que se había equivocado, dijo ante la televisión. Poco antes había sido capturado el segundo jefe, Erneido Oliva (cuya historia contó Fernández recientemente en Granma), quien después, por sus servicios al imperio, llegaría al grado de mayor general del ejército yanki. Manuel Artime, quien era el jefe civil, el golden boy de la CIA, se unió al Ejército Rebelde dos días antes del triunfo del 1ro de enero de 1959 y negoció grados de teniente con el comandante de la Sierra Humberto Sorí Marín. Relató cómo desde ese propio año funcionarios de la embajada de Estados Unidos —oficiales de la CIA con esa cobertura que ya trabajaban sediciosamente con Sorí Marín—, lo escondieron, lo ayudaron a salir del país, lo financiaron y guiaron en todo el proceso de la invasión. Se informó también cómo Artime, al abandonar el cargo que desempeñó los primeros meses de 1959 en el Instituto Nacional de Reforma Agraria, se llevó los fondos que manejaba. Los prisioneros confirmaron que la travesía por mar fue escoltada por tres destructores y una fragata de la Marina de Guerra de Estados Unidos, que incluso evacuaron heridos de los barcos cuando se produjo un accidente. La composición social de los "libertadores" era muy curiosa: 100 latifundistas, 24 grandes propietarios, 67 casatenientes, 112 grandes comerciantes, 194 exmilitares y esbirros de la tiranía, 179 acomodados, 35 magnates industriales y 112 lumpens. José J. Martínez Suárez relató que por sus servicios se les pagaban 175 dólares por la señora, 50 por el primer hijo y 25 por cada uno de los demás. Él mismo recibía 275 dólares en su casa cada mes. Tanto en unos casos como en los otros, la cantidad aumentaba de acuerdo con la importancia que concedían a esos "instrumentos" a sueldo. Por ejemplo, Tony Varona y Miró Cardona cobraban, por sus actividades contra Cuba, estipendios mucho mayores, además de manejar más dinero para gastos. Esbirros con aires de libertadores Durante la entrevista con el esbirro Ramón Calviño los teléfonos de la CTC no cesaban de recibir denuncias de familiares de revolucionarios asesinados por él. Otros concurrieron personalmente al lugar y realizaron careos con él. De ese modo se le señaló su participación en los asesinatos de Marcelo Salado, Gerardo Abreu (Fontán), Jorge Sánchez Villar, Manolito Aguiar, Andrés Torres, Ángel Ameijeiras (Machaco), Alfredo Sánchez Martín, Rafael Guerra, José Rodríguez Vedo y Pedro Martínez Brito. Calviño se infiltró en el Movimiento 26 de Julio, y después de ser detenido por Esteban Ventura lo nombraron cabo de la policía. A partir de entonces se dedicó a identificar a los revolucionarios y a participar personalmente en sus asesinatos y torturas. Se denunció en el programa uno de sus crímenes más horrendos, la forma en que mató a Rafael Guerra Vives, contada por los padres del mártir: le atravesó el cráneo con clavos y le sacó los ojos. Era un monstruo. Jorge King Yung, conocido por el Chino, a mediados de 1960 sorprendió la buena fe del soldado del Ejército Rebelde Raúl Pupo Morales, quien estaba destacado como custodio en el embarcadero conocido por La Salina, en Matanzas. La oblicua mirada de King no pestañeó para asesinar a Pupo ante su esposa e hijos menores, asestándole varias puñaladas. De ese modo, King pudo robar una de las embarcaciones en la que huyó hacia la Florida, llevando como rehenes a la esposa e hijos de la víctima. Fue acogido con beneplácito por las autoridades y se alistó después para participar en la invasión. Emilio Soler Puig, conocido por el Muerto, autor del asesinato del líder obrero portuario Aracelio Iglesias, en el año 1948, y del dirigente dominicano exiliado Pipí Hernández, en 1955. El también prisionero Antonio Valentín Padrón Cárdenas era hombre de confianza del asesino Fermín Cowley Gallegos y cometió varios crímenes en la región oriental, antes de 1959. Roberto Pérez Cruzata dio muerte en enero de 1959 a Rafael Escalona Almeida. Sancionado, se evadió de la prisión de La Cabaña para refugiarse, como era habitual, en Estados Unidos. Calviño, King, Emilio Soler, Padrón Cárdenas y Pérez Cruzata fueron condenados en el juicio a pena de muerte y fusilados. Otros 9 juzgados por delitos semejantes que tenían asuntos pendientes con la justicia, recibieron condenas de 30 años para cada uno. De la variada gama de confesiones, una de las que más llamó la atención fue la de Pablo Organvides Parada, agente de la CIA, quien declaró que desde enero o febrero de 1959, fue citado por un oficial de apellido Everfield, para que identificase a comunistas. Agregó que cuando los destructores se acercaron, entre los objetivos estaba evacuar una lancha con agentes CIA. En su comparecencia en la televisión, Fidel puso de manifiesto que muchos círculos, en Estados Unidos, estaban enfurecidos por el fracaso, lo cual hacia aumentar el peligro. Dijo que Kennedy debía cesantear al señor Allen Dulles, lo que hizo el Presidente algunos meses después. JFK puso en su lugar a John McCone, y por una u otra razón, a partir de entonces el real conductor de la agencia fue Richard Helms, nombrado segundo de McCone quien, lejos de cambiar a los hombres de Dulles, los promovió para continuar la misma línea de operaciones encubiertas. Uno de los miembros de la brigada invasora, llamada 2506, José Manuel Gutiérrez, al declarar antes las cámaras después de haber sido capturado, puso sencillamente en ridículo las versiones que pretendían esconder los hechos, cuando relató: (...) "Al otro día por la mañana pasa un jeep diciendo: Ríndanse, ríndanse; y al poco rato un grupo de milicianos. Salimos y nos entregamos, el que iba en el jeep era Fidel. Por eso nosotros perdimos, porque Fidel está con ellos, peleando en el frente, y los que estaban con nosotros, los que nos trajeron 'embarcados', se fueron ..." GRANMA
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