Francisca López Civeira El proceso revolucionario de la década del treinta constituyó uno de los hitos más importantes de las luchas populares en Cuba durante el siglo XX. De composición muy heterogénea desde la perspectiva clasista e ideológica, aquella revolución significó la emergencia de nuevos programas y grupos sociales dentro de los combates políticos después de la frustración vivida al término de las guerras independentistas del siglo XIX. En ese contexto, en agosto de 1931 se desarrolló un movimiento armado que destacó a fuerzas y figuras que tendrían particular significado para el pueblo cubano, a la vez que involucró a fuerzas populares de manera masiva en algunas de sus acciones.
En 1930 se habían producido acontecimientos fundamentales que marcaron el inicio de la generalización de la lucha revolucionaria. En el centro de tales hechos estuvieron el movimiento obrero con la huelga general de 24 horas el 20 de marzo y los actos del Primero de Mayo, así como el movimiento estudiantil simbolizado en la llamada "tángana" del 30 de septiembre en la cual murió Rafael Trejo. Ese año, por tanto, fue la gran clarinada que movilizó a amplios sectores en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado que, en algunos casos, llegaron al antimperialismo al comprender que ahí estaba el centro del problema nacional cubano. En la coyuntura señalada, se produjeron intentos de solución desde los grupos de poder, en los cuales estuvo presente la gestión norteamericana. Las maniobras conciliatorias "en las alturas" fracasaron mientras la fuerza de la insurgencia popular empujaba a la oposición hacia otros caminos. Esta situación hizo aparecer conspiraciones, aunque débiles aún, en el cuerpo hasta entonces más fiel a Machado: el Ejército. En esas circunstancias se empezó a manejar la opción insurreccionalista dentro de la oposición tradicional. Con la presencia de viejos caudillos, como el conservador Mario García Menocal, los antiguos liberales Carlos Mendieta y Miguel Mariano Gómez y otros, se fue articulando un proyecto en el que participaban distintos grupos de la oposición. Algunos mantenían el criterio de la no violencia y la lucha cívica, pero la vía insurreccional predominó. La Junta Revolucionaria de Nueva York, presidida por Domingo Méndez Capote, intentó coordinar a los distintos grupos sin lograr una verdadera unidad; no obstante, se impuso el camino de la lucha armada. El plan insurreccional comprendía alzamientos simultáneos el 8 de agosto de 1931 en varios puntos del país, para lo que se contaba con el compromiso de militares en activo. Al frente del grupo principal estarían Menocal y Mendieta, quienes no pudieron llegar a Oriente como estaba previsto y marcharon a Pinar del Río, donde fueron apresados el día 14, en Río Verde, sin haber combatido, lo que hizo que se denominara de manera general e irónica como "Insurrección de Río Verde" a estas acciones. Miguel Mariano Gómez, al frente de la capital, no hizo nada. De manera que la máxima dirección abandonó el combate antes de comenzarlo. Sin embargo, aquella acción fue mucho más que lo acontecido en Río Verde. El general del Ejército Libertador Francisco Peraza, con 78 años, se alzó en Pinar del Río con unos 20 hombres. El 11 de agosto murió junto a otros nueve alzados, cuando fueron sorprendidos y asesinados. En La Habana, el capitán también de origen mambí Arturo del Pino resistió en su casa, junto a un empleado, a las fuerzas de la Policía Nacional y de "expertos", hasta que ambos murieron. Hubo alzamientos en el sur de La Habana, Trinidad, Cienfuegos, Santa Clara, Fomento y Báez que fueron sofocados y, en varios casos, asesinados los prisioneros. En la zona de Morón, Florida, Ciego de Ávila hasta el sur de Las Villas, el campesino Juan Blas Hernández logró mantenerse en operaciones durante casi dos años. La situación en Oriente, sin embargo, tuvo una relevancia especial. En la provincia oriental, Antonio Guiteras hizo contacto con los conspiradores y aprovechó su movilidad como vendedor de productos farmacéuticos en Las Villas, Camagüey y Oriente para desplegar sus actividades. Ello le permitió actuar como enlace entre Oriente y Las Villas por designación de la Junta de Nueva York, además de su labor como miembro del Estado Mayor de la Junta Revolucionaria de Oriente. La acción planeada para Santiago de Cuba el día 12 no se pudo realizar, entonces Guiteras encabezó la decisión de cumplir el plan insurreccional para lo cual se dirigió a la finca La Gallinita, donde se encontraba el grueso de las armas, pero al producirse un enfrentamiento allí, el grupo fue apresado en el camino. Una de las acciones más importantes del plan era la llegada de una fuerte expedición por el puerto de Gibara, acompañada de otras dos menores. La policía estadounidense apresó a sus dirigentes durante la preparación en aquel país. En esas condiciones, el ingeniero Carlos Hevia, el teniente Emilio Laurent y el periodista Sergio Carbó constituyeron el Comité Expedicionario —que contó entre la oficialidad con Gustavo Aldereguía, Feliciano Maderne y otros— y condujeron la expedición. El 17 de agosto desembarcaron por Gibara, donde la población participó en la toma de la ciudad, pero fueron sitiados y atacados por tierra y mar por fuerzas superiores y bien armadas, lo que impidió que llegara el apoyo del coronel mambí Lico Balán, quien los esperaba con unos 200 hombres. Después de combatir durante tres días, tuvieron que dispersarse. El Directorio Estudiantil Universitario apoyó la insurrección con petardos y la incorporación de algunos estudiantes a los alzados. El Ala Izquierda Estudiantil publicó el trabajo de Raúl Roa: "Tiene la palabra el camarada Máuser", que contenía un llamamiento a las armas cuando se preparaba el estallido, y conminaba a transformarlo en una revolución agraria y antimperialista bajo la dirección del proletariado en alianza con los campesinos y la pequeña burguesía radical. La insurrección de agosto tuvo una composición muy heterogénea y deficiencias organizativas. Los militares en activo comprometidos no cumplieron y algunos hasta participaron en la represión. La insurrección padeció las limitaciones propias de su dirección en manos de los viejos políticos burgueses que, a partir de entonces, vieron disminuidas sus posibilidades de liderazgo. Pero esa acción también evidenció la potencialidad combativa de las masas populares que desbordaban a la dirección. En 1947, en encendida polémica acerca de aquella revolución, Roa recordaba la insurrección de 1931 y sus hitos más representativos: "El gesto impar de Peraza, la inverosímil resistencia de Arturo del Pino en Luyanó y la fabulosa proeza de los expedicionarios de Gibara iluminan el desastre y renuevan la fe."1 La oposición salida de los partidos tradicionales no repitió esa experiencia; por el contrario, incrementó la búsqueda de una solución a través de Estados. Por su parte, el gobierno norteño presionó al cubano para que negociase con la oposición. No obstante, la lucha popular ganó fuerza y logró la caída del dictador el 12 de agosto de 1933 y la quiebra temporal del poder oligárquico en septiembre de ese año. A 80 años de la insurrección que desgastó el liderazgo de los políticos tradicionales, destacó a figuras como Guiteras y mostró la participación popular en aquella lucha, debe recordarse a quienes abonaron el camino de la revolución. 1Raúl Roa: Escaramuza en las vísperas. Editora Universitaria. Universidad Central de las Villas, 1966, p.53 GRANMA
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